La etnia maorí de Nueva Zelanda—al igual que para otros pueblos de la Polinesia—hablan del futuro como si éste estuviera detrás de nosotros. No podemos verlo. El pasado es aquello que está delante de nosotros: podemos verlo extenderse delante de nosotros, el más reciente con mayor claridad y el más distante como desvaneciéndose en el horizonte. Conforme nos enfocamos a un tópico como el que me ha sido asignado, es sabio recordar que el futuro está detrás de nosotros. A pesar del tema, que habla del evangelio en el siglo XXI, no puedo decir lo que ese siglo deparará a la fe cristiana o decir lo que podrá ocurrirle a la Iglesia de Cristo. Lo que podemos hacer es mirar al pasado delante y ver lo que él nos sugiere del camino que hemos recorrido, y tal vez leer entre líneas, como en un croquis, el lugar al cual hemos sido traídos. Esto nos dará algunas pistas de lo que podemos esperar en los días porvenir. Tal vez por ello gran parte de la Biblia consiste en historia.
Por lo tanto, me gustaría intentar tres generalizaciones acerca de la historia cristiana. Las cuales nos enseñarán algo sobre aquello que llamaré la demografía cristiana. Esto puede darnos algunas pistas para localizarnos nosotros mismos para la obra del evangelio en el presente punto en la historia cristiana a donde hemos llegado.
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El Cristianismo se expande secuencialmente
La primera generalización es acerca de la naturaleza de la expansión del cristianismo. Esta no es “progresiva” sino “secuencial”. Tal vez podemos entender esto mejor al comparar las historias del Cristianismo y del Islam. Las dos religiones hacen un llamado de lealtad a todo el mundo, y ambas han tenido éxito, estableciéndose entre los pueblos de diferentes culturas y diferentes áreas geográficas. Pero el Islam ha sido mucho más exitoso que el Cristianismo en mantener esa lealtad a través del tiempo. Las tierras convertidas al Islam, hablando de manera general (hay excepciones), han permanecido musulmanas a través del tiempo. Arabia es ahora tan total y axiomáticamente musulmana, que se nos hace difícil recordar que el Yemen fue una vez un reino cristiano.
De manera contrastante, Jerusalén, la iglesia madre de todos nosotros, no puede inclusive reclamar una historia cristiana ininterrumpida y mucho menos de control dominante. Consideremos a Egipto, Siria, o Túnez: países donde una vez se vanagloriaban y lucían las iglesias que dirigieron el cristianismo mundial, adornadas por grandes teólogos y los más profundos eruditos y santificadas por la sangre de los mártires. Estas fueron iglesias que vieron el colapso del paganismo y el triunfo de Cristo por todas las regiones circundantes.
O pensemos en los días cuando la fe cristiana fue profesada en todo el Valle del Eufrates, incluyendo a toda la gente que vivía en lo que hoy es Irak. En aquél entonces nuevas iglesias brotaron en Irán y a lo largo de toda Asia Central, incluyendo países que ahora se conocen como Afganistán y Tayikistán.
O consideremos mi propio país, Escocia, con sus ciudades en donde una vez predicaron John Knox y John Wesley, pero que ahora están llenas de templos que nadie necesita y que se están convirtiendo en bodegas, templos hinduistas, escuelas del Corán, restaurantes, o inclusive en centros nocturnos. En mi propia ciudad de Aberdeen existe un antiguo templo cristiano que ahora se jacta de ser un centro nocturno con el nombre de “El Ministerio del Pecado”.
En cada uno de esos casos, se trata de un lugar que una vez fue un centro clave de la fe cristiana, una región en donde el cristianismo era preponderante, y que luego dejó de serlo. Por alguna razón—y hay una variedad de razones—su luz disminuyó y aún en algunos casos se extinguió. Tal y como el libro de Apocalipsis lo expresa: el candelero fue sacado de su lugar (2:5). Pero en ninguno de estos casos el oscurecimiento del testimonio cristiano en un determinado lugar produjo el fin del Cristianismo en el mundo, sino todo lo contrario. Hasta cuando la iglesia en Jerusalén fue dispersada por los vientos, ya habían brotado iglesias de ex-paganos griegos a través del Mediterráneo y aún más allá. Conforme las iglesias declinaban en Irak, se incrementaban en Irán. Conforme los grandes centros cristianos de Egipto, Siria, y el Norte de África sucumbían al dominio del Islam, los bárbaros del norte y occidente de Europa, de quien gente como yo descendemos, se apropiaban gradualmente de la fe cristiana. Al marchitarse el centro, florecieron las márgenes, y aún más allá.
El avance del cristianismo no es algo seguro o de inevitable progreso; el avance a menudo está seguido por la recesión. La expansión del evangelio no produce ganancias permanentes que puedan ser trazadas en un mapa con tinta indeleble. El cristianismo tiene vulnerabilidad en su epicentro y fragilidad en su expresión. Esto tal vez se deba a la vulnerabilidad de la cruz y a la fragilidad de los vasos de barro. La expansión del Islam, en comparación, es a menudo progresiva, pues se mueve inexorablemente desde su centro cósmico hacia afuera. Para los musulmanes la Meca continúa teniendo ese significado cósmico que ningún lugar sobre la tierra tiene para los cristianos.
En contraste, el progreso del cristianismo es en serie, enraizándose primero en un lugar y luego en otro. El cristianismo no tiene un equivalente a la Meca, ningún centro permanente. Inclusive nuestra Jerusalén es la Nueva Jerusalén, no la vieja, y la nueva descenderá desde el cielo al final de los tiempos. Ningún país, ninguna cultura es dueña de la fe cristiana. No existe tal cosa como un país permanentemente cristiano, ninguna forma de civilización cristiana, ninguna cultura cristiana. En diferentes períodos, distintas regiones del mundo han tomado la dirección en la misión cristiana, para luego pasar la batuta a otros. Comunidades cristianas a menudo se marchitan en su tierra natal, mientras nuevas comunidades florecen en o más allá de su periferia.
«Al marchitarse el centro, florecieron las márgenes.»
Esto podemos verlo mientras observamos todo el pasado cristiano, pero demos una mirada más de cerca al pasado justo frente a nosotros, o sea, los últimos cien años. El siglo XX ha sido el más sorprendente en la historia de la iglesia desde el primer siglo. En términos demográficos la iglesia ha cambiado total y completamente de manera más radical que en cualquier otro siglo anterior. Dos cosas sucedieron simultáneamente.
La primera, fue la más grande recesión que la fe cristiana haya conocido desde la ascensión del Islam, y esta se centró en Europa y ha comenzado a infectar a América del Norte.
La segunda, fue el más grande encumbramiento de la fe cristiana que nunca antes se haya conocido. Al inicio del siglo XX, en todo el continente africano había tan solo 10 millones de cristianos profesantes. En la actualidad, nadie sabe con certitud cuántos hay, pero un cálculo informado sería de aproximadamente 350 millones. Esto en el curso de solamente cien años.
O veamos a Corea, que contaba apenas con una pequeña iglesia al inicio del siglo. En la actualidad la iglesia de ese país envía misioneros a todas partes del mundo, aún penetrando en lugares en donde las misiones occidentales nunca llegaron.
O consideremos los eventos en el nordeste de la India, en los estados en donde el cristianismo ha sentado raíces. En Mizoram más del 90% de la población profesa la fe cristiana y manda misioneros por todo el país. Hace cien años esa iglesia apenas existía. Pero el nordeste de la India es solamente un eslabón de una cadena de las nuevas poblaciones cristianas que se extienden desde los Himalayas, por el Arakán, hasta la península del Sudeste de Asia. Ahora Nepal rebosa de nuevos cristianos; en la frontera, en el sudoeste, las iglesias chinas están surgiendo como hongos; los pueblos tribales de la frontera indo-birmana, en Myanmar, en Tailandia, y más allá—en cada uno de estos, digo, hay todo un contingente cristiano sobre el cual nadie ha pensado mucho, debido a la cantidad de países involucrados y a que se trata en cada instancia de una minoría cristiana (pero una minoría significativa). ¡Esta cadena de iglesias se formó tan sólo en el siglo XX!
Durante el pasado siglo tanto el avance como el retroceso del cristianismo se dieron simultáneamente. Hubo recesión en occidente, y hubo avance en África, Asia, y América Latina; se marchitó en el centro, se floreció en la periferia. El avance del cristianismo es en serie, y de acuerdo a la providencia divina, es la iglesia del sur—para llamarla de alguna manera—la siguiente en la serie. Aquellos que pertenecen al occidente no son más los líderes, iniciadores, y quienes ponen las reglas. Ahora deben aprender a ser los ayudantes, asistentes, y facilitadores. El gran evento, la gran sorpresa en los pasados cien años ha sido este cambio en el centro de gravedad de la iglesia. Y de acuerdo a los indicadores presentes, este cambio radical continuará. La batuta se está pasando a los cristianos de Asia, África, Latinamérica, y el Pacífico. Es en esas regiones—los continentes del sur—donde cada año recaerán más y más responsabilidades para las misiones cristianas. Esto significa que los cristianos de los continentes del sur son ahora los representantes del cristianismo, la gente por la cual la calidad del cristianismo del siglo XX y XXI ha de ser juzgado.
Hace cien años europeos y norteamericanos fueron los responsables de las misiones cristianas mundiales. Mi oficina en Edimburgo, Escocia, está a dos puertas del lugar en donde se llevó a cabo la Conferencia de Misiones Mundiales en 1910. En esta gran conferencia había muy pocos líderes asiáticos distinguidos y ni un solo africano. La agenda fue completamente moldeada por gente de Europa y los Estados Unidos. Esta situación será menos y menos en el futuro. Cualquiera que sea el caso en las esferas militares o económicas, lo que sucederá en la esfera cristiana dependerá más y más de los cristianos de Asia, África, América Latina, y el Pacífico. La realidad demográfica con la que ahora tenemos que vivir, trabajar, y pensar, es que iniciamos el siglo XXI con un occidente más y más postcristiano y con una cristiandad más y más postoccidental.
«Iniciamos el siglo XXI con un occidente mas y más postcristiano y con una cristiandad mas y mas postoccidental.»
En dicha Conferencia uno de los delegados de la India era un joven ministro anglicano, V. S. Azariah. Se le pidió que hablara en una de las reuniones secundarias sobre la cooperación entre los misioneros extranjeros y los obreros nacionales, en lo que entonces se llamaban las iglesias jóvenes. Él analizó las actitudes que a veces hacen difíciles las relaciones interpersonales, y luego pronunció las palabras que, tal vez, llegaron a ser las más famosas de todas las que se dijeron en Edimburgo. “A través de todas las edades por venir,” dijo él, “la Iglesia de India se levantará en gratitud para testificar sobre el heroísmo y el trabajo altruista del cuerpo de misioneros. Ustedes han entregado sus posesiones para alimentar a los pobres, han dado sus cuerpos para ser quemados. Pero también pedimos amor. Dennos amistad.” Y esa fue la última palabra de su discurso. ¡Fue una bomba! Las misiones estaban ocupadas planeando la evangelización del mundo, pero el primer deseo de las tan llamadas iglesias jóvenes no era por liderazgo, ni más obreros, ni más dinero, sino mayor amistad. Amistad implica igualdad y respeto mutuo. Un amigo es alguien con quien tú deseas pasar tu tiempo libre.
«¡Dennos amistad!»
Las iglesias “jóvenes” no son niños balbucientes y muchas han pasado por el fuego. ¿Qué iglesia ha pasado por lo que la iglesia en China, y emergido como ella? ¿Qué iglesias en la historia ha tenido que bregar rutinariamente con tales horrores persistentes de devastación, guerra, desplazamiento, y genocidio, como aquellas de África Central o Sudán? ¿A qué iglesias se les ha requerido más urgentemente proveer liderazgo moral a toda una nación, como aquellas de Sur África? ¿Qué iglesias han tenido que hablar por los pobres, oprimidos, y necesitados como aquellas de América Latina? ¿Qué iglesias se han dedicado tan devota e intensamente a esparcir el evangelio que aquellas de Corea? Y en los últimos cincuenta años, ¿desde qué partes del mundo los mártires y los santos claman urgentemente por liberación (Ap 6:9-11)? La respuesta es que el día de hoy son las iglesias del sur las que están trayendo la experiencia acumulada de la salvación de Dios.
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El cristianismo vive al pasar fronteras
Mi segunda generalización es que el cristianismo vive por cruzar fronteras culturales. Los primeros creyentes en Jesús fueron todos judíos. Ellos vieron que en Jesús se cumplían sus Escrituras de manera que realmente no tuvieron necesidad de cambiar de religión. Debido a Jesús el Mesías, ellos pasaron a amar mucho más que antes a la ley y al templo con toda su liturgia. Desde el punto de vista judío, todo lo relativo a Jesús tenía sentido. Esta iglesia judía estaba muy ansiosa de que todos los demás judíos supieran de Jesús, pero raramente hablaron de Él a la gente que no fuese de su misma etnia.
Todo esto empezó a cambiar cuando, después del martirio de Esteban, un grupo de creyentes fue forzado a huir de Jerusalén a Antioquía, donde empezaron a hablar de Jesús a sus vecinos griegos paganos (He 8 y 11). Esto era tan fuera de lo común, que los apóstoles enviaron a Bernabé a investigar qué había pasado. Él quedó encantado por lo que vio en la iglesia de Antioquía: judíos y gentiles estuvieron juntos y juntos enviaron sus propios misioneros a los mundos judío y gentil.
Sin embargo la iglesia en Jerusalén aún no había hecho suya la perspectiva transcultural. Cuando en Jerusalén Pablo “les contó una por una las cosas que Dios había hecho entre los gentiles por su ministerio” (He 21:19), la iglesia sí se alegró, pero si leemos el siguiente versículo, podemos percibir que al fondo su prioridad aún no había cambiado: “Verá hermano, hay miles de judíos que han creído y son todos celosos de la ley.” Su respuesta revela que su pensamiento era así: “Es maravilloso escuchar todo lo que pasa en el campo misionero, pero el trabajo realmente significativo de la iglesia es lo que pasa aquí. Hermano Pablo, este es el Centro del Cristianismo.” Lo que ellos no sabían era que este “centro” seguiría en existencia apenas unos pocos años más. En la siguiente generación, la guerra con los romanos se había estallado, y la iglesia fue dispersada, y cuando cayó la nación judía en el año 70 A.C., la iglesia perdió de una vez su hábitat natural. El cristianismo no hubiera sido mas que una pequeña secta judía y hubiera desaparecido en ese año solamente por una razón: había cruzado las fronteras culturales del mundo griego, y cuando esa primera iglesia, la iglesia de los apóstoles, la iglesia que había conocido personalmente el ministerio de Jesús—cuando esa iglesia se eclipsó, una nueva, que hablaba griego y era gentil, ocupó su lugar.
Desde entonces cosas semejantes han ocurrido varias veces. El cristianismo vino a ser característico del mundo helenizado y asumió un lugar predominante en la civilización del Imperio Romano con su desarrollada literatura y tecnología. Pero llegó el momento cuando esa iglesia también fue eclipsada. Se repitió el mismo patrón: lo que permitió que la fe sobreviviera y creciera fue el hecho de haber cruzado otra frontera cultural, de haber invadido y echado raíces en el mismo mundo que los romanos temían que destruyera su civilización, el mundo al que ellos llamaban los Bárbaros. Una vez más el cristianismo sobrevivió una gran crisis, por haber sido trasmitido a pueblos de diferentes lenguas y diferentes culturas.
De la misma manera pudiéramos ir a través de los siglos, pero permítanme llamar su atención al siglo pasado, que también ha visto repetirse la misma historia. Cuando el siglo XX comenzó, el cristianismo era en gran parte la religión del occidente. Más del 80% de aquellos que se decían cristianos vivían en Europa o Norteamérica. Un siglo después, el cristianismo en Europa está en franca decadencia, y sospecho que Norteamérica, al estar mostrando muchos de los síntomas del antiguo continente, está rápidamente comenzando su propio declive. Pero en el mundo, como un todo, la fe cristiana no está en decadencia, y la razón es que por medio de especial pero no exclusivamente el movimiento misionero, el evangelio ha estado cruzando continuamente fronteras culturales en el Sur. Hace un siglo el número de cristianos en el mundo no occidental era muy pequeño; ahora es la mayoría. Cada año hay menos cristianos en el occidente y más en el resto del mundo.
El Cristianismo cobra vida por cruzar fronteras de idioma y cultura. Sin este proceso podría marchitarse y morir.
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Cruzando fronteras el cristianismo se enriquece
Mi tercera generalización es que, conforme el evangelio cruza las fronteras culturales, Cristo es constantemente puesto en contacto con nuevas áreas del pensamiento y experiencia humanos. Convertidos, éstos vienen a ser parte del cuerpo de Cristo. La total estatura de Cristo depende de todos ellos juntos.
Ya vimos como la iglesia primitiva era totalmente judía en su trasfondo étnico y cultural. Cuando aquellos griegos en Antioquía se convirtieron, la mayoría de los ya creyentes muy probablemente dio por sentado que estos nuevos creyentes se harían prosélitos, o sea, que aceptarían la circuncisión y abrazarían la tora. Es lo que siempre había pasado, cuando los gentiles aceptaban al Dios de Israel. En aquel momento hubo un solo estilo de vida cristiana que cualquiera conocía, y ese era el estilo judío. El Señor mismo había vivido de esa manera y había dicho que ni una jota ni una tilde de la ley pasarían, ni serían abrogadas (Mt 5:17-19). Todos los apóstoles vivieron bajo esta premisa.
Pero cuando el gran concilio de Jerusalén (He 15) llegó a considerar el asunto, los líderes de la iglesia acordaron que la circuncisión y la tora no se les requirieran a los creyentes gentiles. Estos creyentes deberían ahora encontrar un camino helenista para ser cristianos bajo la guía del Espíritu Santo, puesto que ellos tenían que vivir en una sociedad helenista, a la que tendrían que cambiar—cambiarla orgánicamente, desde adentro. Su reto era de convertir a su sociedad, es decir constantemente ajustar su manera de pensar y hacer las cosas de acuerdo con Cristo, abriéndose a Su influencia. La manera griega de ser cristiano sería diferente a la de los judíos, sin embargo ambos pertenecían al mismo cuerpo. La una no era superior a la otra ni la segunda era una versión diluida de la primera. Los dos eran diferentes segmentos de la realidad social en el proceso de volverse a Cristo y de convertirse a él. Ambos pertenecían en igualdad al cuerpo viviente y universal de Jesucristo, la Iglesia.
De esto es de lo que trata la epístola a los Efesios. Celebra el extraordinario hecho de dos razas, mutuamente hostiles, que han sido unidas para comer y trabajar juntas como parte del cuerpo de Cristo: “Él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno … para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre” (Ef 2:14-16).
«El Cristianismo cobra vida por cruzar fronteras de idioma y cultura. Sin este proceso podría marchitarse y morir.»
Cuando la carta a los Efesios fue escrita, había solamente dos culturas principales en la iglesia cristiana, dos estilos de vida cristiana: uno judío y el otro helenista. ¿Cuántas hay hoy en día? Uno de los grandes retos de la misión cristiana en el presente siglo será permitir que estos diferentes estilos de vida cristianos crezcan, pero que interactúen entre sí, puesto que todos pertenecen al cuerpo de Cristo.
Es fundamental para la misión cristiana la integración de estas diferentes partes del cuerpo de Cristo. En las Escrituras nunca encontramos a la humanidad generalizada. Cristo no fue la humanidad generalizada. Él fue humano en una situación cultural muy específica, y cada vez que Él es recibido por fe en otros entornos culturales, Él es introducido nuevamente dentro de los segmentos específicos de una realidad social. Pero toda esta diversidad es el cuerpo de Cristo, y el cuerpo de Cristo no estará completo y la plenitud de Cristo no se logrará hasta que estas culturas y subculturas sean traídas y reunidas en el cielo. Como nunca antes, la iglesia de hoy es un campo de interacción de culturas, tal cómo el libro a los Efesios lo describe. Esto lo llamo el factor éfeso.
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Dos implicaciones de la nueva demografía
Hasta aquí he explorado la nueva demografía de la iglesia—lástima que no tenemos más tiempo para seguir en este camino—pero ahora déjeme sugerir dos aspectos del nuevo orden mundial que surgen de este occidente postcristiano y del cristianismo postoccidental. Uno es económico y el otro es teológico.
El aspecto económico: La iglesia de los pobres. Puedo resumir el aspecto económico, señalando el informe de población de las Naciones Unidas publicado el año pasado. Este informe pronostica que la población del mundo se incrementa en un 1.2%, es decir, 77 millones de personas cada año. La mitad de ese incremento vendrá de solo seis países: India, China, Pakistán, Nigeria, Bangladesh, e Indonesia. El incremento de la población se concentrará en los países con menor posibilidad de soportarla. Para el año 2050, se calcula que África tendrá tres veces la población de Europa y esto a pesar del fallecimiento anticipado de 300 millones de personas por causa del SIDA. En contraste, la población de Europa y la mayoría de los países desarrollados disminuirá: Alemania y Japón en un 14%, Italia en 25%, Rusia y Ucrania tal vez en un 40%. Para mantener su economía en un nivel aceptable, Europa tendrá que depender de una fuerza de trabajo emigrante. También los Estados Unidos de Norteamérica se sostendrá por la inmigración, recibiendo un millón de nuevos inmigrantes por año. Será uno de pocos países desarrollados que incrementarán su población. Tendrá alrededor de 400 millones de habitantes, pero el crecimiento será resultado de sólo la inmigración.
Repentinamente el tema político de más peso a lo largo de Europa occidental ha llegado a ser la cuestión de la inmigración desde Europa oriental y alrededores. A través de Europa occidental nuevos partidos políticos han surgido con su plataforma principal la oposición contra la inmigración. Su éxito electoral ha forzado a los partidos más antiguos a adoptar su dialéctica discriminatoria para retener sus electores. Los cristianos occidentales tendrán que enfrentar decisiones muy delicadas.
Mientras sucede esto, la iglesia en estos países desarrollados seguirá marchitándose, y la iglesia mundial llegará a ser una iglesia de los pobres. Según el informe de las Naciones Unidas, el cristianismo será principalmente la religión de los “pobres” y de los “muy pobres”, gente que no tiene riqueza que ofrecer excepto el evangelio mismo. Los territorios de la iglesia incluirán algunos de los países más pobres de la tierra, mientras que el mundo desarrollado estará buscando proteger su posición contra el resto del mundo.
El factor éfeso—la diversidad cultural de la iglesia—será más dramático que nunca antes en la historia, y tendremos que enfrentar a la pregunta de si la iglesia con toda su diversidad será capaz o no de demostrar su unidad por la participación interactiva de todos sus segmentos culturales específicos. Dicho de otra manera ¿El cuerpo de Cristo será una realidad o se fracturará?
«La iglesia mundial llegará a ser una iglesia de los pobres.»
El aspecto teológico: el umbral de una nueva era. Les suplico que permitan a un viejo académico occidental hablar desde el corazón acerca de las implicaciones teológicas que nos presenta el surgimiento de la iglesia del sur. Yo creo que la empresa teológica, que la iglesia del siglo XXI tendrá que encarar, es similar a la que encaró en los siglos II y III. En aquél entonces los fundamentos de la teología cristiana se establecieron usando los elementos disponibles en el mundo griego. En el siglo XXI podemos esperar ver nueva construcción sobre dichos fundamentos, utilizando los elementos que los diferentes pueblos de los continentes del sur tienen a la mano.
En tiempos antiguos, Orígenes, con un pequeño toque de su propia clase de exégesis, nos señaló cómo se hace este tipo de teología. Él preguntó cómo es que los israelitas pudieran hacer los querubines y los ornamentos de oro del tabernáculo mientras estaban en el desierto? La respuesta es, desde luego, que ellos habían despojado previamente a los egipcios. Los querubines y los ornamentos fueron hechos con oro egipcio y las cortinas del tabernáculo con tela egipcia. “Esa es la empresa de la gente cristiana,” Orígenes concluyó con suma belleza, “tomar aquellos recursos despilfarrados en el mundo pagano y utilizarlos para la adoración y glorificación de Dios.”
Los elementos de la teología son elementos locales—sean egipcios, europeos, latinoamericanos, africanos, asiáticos, u otros—aplicados a la Biblia, debido a que el propósito de la teología es hacer o clarificar las decisiones cristianas. Hacer teología cristiana es pensar de una manera cristiana, esfuerzo realizado por todo tipo de persona, aún por los que no se dan cuenta que están siendo teólogos. La necesidad de hacer esto surge desde las condiciones específicas dentro de las cuales la vida es vivida, por lo que la agenda teológica es culturalmente inducida. El taller teológico siempre está abierto y es más activo cada vez que el evangelio cruza una frontera cultural. Debido a que este no es el diseño original de ellos, todos estos elementos locales tienen que ser convertidos y transformados hacia Cristo, para hacer posible el pensamiento cristiano.
Demos un par de ejemplos. Las doctrinas de la Trinidad y de la Encarnación, que ahora la iglesia confiesa generalmente en sus credos, fueron formadas a partir del pensamiento del período medio del platonismo, convertido para manejar el pensamiento cristiano. Para poder pensar y actuar fielmente a Cristo, estos elementos locales tuvieron que ser convertidos a Cristo por la sencilla razón de que no fueron diseñados originalmente para la gloria de Dios. Nótense que no se trata de una sustitución de algo nuevo por algo viejo, o la adición de nuevos elementos a lo que antes había allí. No, en realidad es un asunto de cambiar lo que ya había allí hacia Cristo.
O ¿qué fue lo que hizo nacer a las doctrinas de la Trinidad y de la Encarnación? El evangelio había cruzado del mundo judío al mundo griego, y los creyentes griegos necesitaban pensar en una manera cristiana acerca de Cristo y debían hacerlo desde su propia cultura. Estas dos doctrinas son el resultado de una larga y fatigante discusión por griegos provocado por, entre otras cosas, la palabra mesías. Para los judíos esta palabra se contaba entre las palabras religiosas más importantes y comprendidas en su religión—todo el Antiguo Testamento estaba contenido en esa palabra. Pero para los griegos requería una explicación. Primero era necesario usar un nuevo término, y se seleccionó la palabra kyrios, señor. Pero esta palabra tuvo una larga historia de utilización por esta gente pagana para referirse a sus deidades; para muchos cristianos eso les pareció un empobrecimiento e inclusive una distorsión. ¿No era peligroso usar un lenguaje que era propiedad original de los cultos paganos? ¿No debían los gentiles convertidos aprender que significaba mesías desde la perspectiva de los judíos? En realidad el uso del nuevo término fue enriquecedor. Hizo que la gente pensara en Cristo de manera diferente, pues ahora lo hacían dentro de sus propias categorías indígenas.
El proceso condujo a preguntas nuevas e incómodas que nunca habían sido levantadas. Por ejemplo, ¿cuál fue la relación entre el kyrios y el único Dios? Los judíos creyentes podían usar una frase como: “Jesús está a la diestra de Dios,” y todos sabían lo qué significaba. ¡Fue suficiente para provocar el linchamiento de Esteban! Pero esto no era suficiente para los griegos. ¿Acaso que Dios tenía una mano derecha? Aun cuando un griego lograba tolerar el antropomorfismo, no le ofrecía lo que necesitaba saber: la relación entre Dios y el Mesías en términos de ser, de esencia. Todo el largo y agotador debate fue necesario para explicar el verdadero significado de lo que los cristianos querían decir cuando se referían al Cristo. Desde luego que la Biblia ocupaba un papel central en el debate, pero no había un solo texto que pudiera arreglar el asunto. Era necesario explorar el sentido de la Escritura usando un vocabulario local, métodos locales de debate, y patrones locales del pensamiento.
Este era un asunto riesgoso, pues no existe una teología sin riesgo. La teología es un acto de adoración tensado con el riesgo de la blasfemia, pero al fin y al cabo, es un acto de adoración. La gente salía de ese proceso riesgoso pero gratificante con un riguroso entendimiento de Cristo como el eterno Hijo de Dios, unigénito de Su Padre ante todo el mundo. Viendo hacia atrás uno puede ver que esos descubrimientos siempre estuvieron allí en las Escrituras, pero fue sólo a través de la traducción a otra lengua y a otro grupo de categorías mentales que pudimos percibirlos. Cada vez que el evangelio cruza una frontera cultural, hay una nueva necesidad de creatividad teológica y una nueva cosecha de descubrimientos teológicos.
Luego, la doctrina de la expiación fue traída a la medida del entendimiento que ahora tenemos, cuando la iglesia pasó del mundo griego a el de los bárbaros. Y pudiéramos seguir explorando los descubrimientos al cruzar con cada sucesiva frontera. Este proceso se hará cada vez más necesario en este vasto mundo efesiano en el que ahora vivimos.
«Cada vez que el evangelio cruza una frontera cultural, hay nuevos descubrimientos teológicos.»
La academia teológica representada en las universidades y seminarios occidentales simplemente no está equipada para proveer la clase de liderazgo que requiere la demografía actual y futura que el Espíritu Santo ha traído. No tengo tiempo para elaborar esto. Lo que me urge expresar es que inclusive en términos de creatividad teológica, más y más responsabilidad recaerá en los cristianos del sur, haciendo pensamiento teológico en sus lenguas madres. La calidad del cristianismo del siglo XXI dependerá de ellos. Si la calidad es buena—como en los siglos III, IV y V—, veremos desarrollarse gran creatividad en la teología cristiana. Veremos nuevos descubrimientos acerca de Cristo que los cristianos por doquier podrán compartir; estándares maduros del vivir cristiano; al evangelio con un nivel profundo de comprensión y personalización, una huella profunda y duradera del amor de Cristo impresa en el pensamiento de África y Asia, una nueva etapa en el crecimiento de la iglesia dirigida a la total estatura de Cristo en América latina. Pero, si la calidad fuere pobre, veremos distorsión, confusión, incertidumbre, e hipocresía a gran escala.
Y una vez más, el principal teatro de la actividad cristiana en esta última fase será en los continentes del sur, y lo que pase en Europa e inclusive, creo yo, en Norte América importará cada vez menos. Vale poner hincapié en este punto, porque la teología probablemente será el único campo de la erudición en donde el sur tendrá la superioridad. En las esferas científicas, médicas, y tecnológicas el liderazgo continuará en el occidente, o en aquellas regiones del este de Asia que puedan competir contra él. Pero la auténtica erudición teológica tiene que surgir de la misión cristiana y particularmente en aquellos teatros principales de la misión, en donde los cristianos están haciendo decisiones críticas. Dada la transformación demográfica de la iglesia, esos avances tendrán lugar por la interacción del pensamiento bíblico con las antiguas culturas del sur. Estamos en el umbral de una nueva era teológica.
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Conclusión
La expansión secuencial del Cristianismo está alejando el territorio de la iglesia del occidente y trasplantándolo al sur. Este trasplante hacia nuevos contextos culturales, junto con los nuevos cuestionamientos que este proceso trae, va a expandir y enriquecer nuestro entendimiento de Cristo, si permitimos que esto suceda. Los cristianos de todas partes (incluyendo los del occidente que viven en la cultura occidental que glorifica a Mamón, la última supercultura no-cristiana a levantarse) están siendo desafiados al implacable cambio de sus procesos morales y mentales hacia Cristo. En el proceso y en la confraternidad del cuerpo de Cristo, posiblemente descubriremos que el tabernáculo está ahora siendo ornamentado con oro de África y que sus cortinas ahora están siendo elaboradas con tela de Asia, del Pacífico, y de América Latina.
La Expansión Secuencial del Cristianismo y del Evangelio en el Siglo XXI: Adornando el Tabernáculo con Oro del Sur
Profesor Andrew Walls – Junio de 2002