Nathanael Saint

Llegó a un pequeño claro en la selva, indicativo de la presencia de la tribu auca que buscaba. Comenzó a girar en círculos cada vez más cerrados y descendentes, mientras por la puerta abierta de la avioneta empezó a descender una cuerda de varios cientos de metros de longitud, en cuyo extremo inferior se bamboleaba un receptáculo de lona. El receptáculo giraba en un amplio círculo, pero gradualmente, mientras la avioneta seguía girando en círculos, el canasto se ubicó en el centro y quedó prácticamente inmóvil. La avioneta descendió hasta que el receptáculo estuvo a punto de tocar el suelo, momento en el cual un auca se acercó y extrajo los obsequios que les traían el piloto y su acompañante. Pero ante la sorpresa de los misioneros, el hombre procedió a introducir otro envoltorio dentro del receptáculo, que en seguida fue rápidamente elevado hacia la avioneta. Los misioneros volvieron a su base, intrigados por el envoltorio que seguramente contendría un obsequio o —llegaron a pensar— una serpiente … ¡Para su gran alivio y alegría se trataba de un loro enviado por la tribu como retribución! El inquieto aviador se llamaba Nathanael Saint (1923-1956), un joven norteamericano y fiel testigo de Cristo que a temprana edad dedicó su vida a servir al Señor como misionero, si bien a su momento llegó a comprender que su lugar estaba en el servicio a otros misioneros diseminados por la selva ecuatoriana.
Saint inició su vida cristiana en una iglesia presbiteriana, desarrollando una verdadera vida espiritual. Posteriormente pasó, junto a su familia, a una iglesia bautista, en la que comenzó a participar activamente. Poco después de terminados sus estudios secundarios, y ya iniciada la II Guerra Mundial, ingresó como voluntario en las fuerzas armadas, en las que cumplió diversas funciones relacionadas con la aviación hasta la finalización de la guerra. Se le dio de baja en 1946.
Nathanael había ideado el procedimiento descrito arriba, conocido como “técnica de la cuerda en espiral”, con el fin de aprovisionar a los misioneros y sus familias que se encontraban en lugares aislados de la selva ecuatoriana, como también para auxiliar con medicamentos a las poblaciones nativas. Posteriormente lo patentó, luego de que fuera aprobado por la autoridad aeronáutica civil norteamericana.
Durante sus años de preparación y de servicio misionero este denodado piloto y mecánico hizo varios otros inventos para atender mejor y con más seguridad a los misioneros en su campo de actividad. Paralelamente realizó incontables y arriesgados vuelos por sobre la densa selva del Ecuador y aterrizó innumerables veces en estrechos espacios improvisados entre grandes árboles tropicales. La técnica de la cuerda le permitió posteriormente agregar a la cuerda una línea telefónica para comunicarse de la misma manera con los misioneros en tierra, donde no había lugar para un aterrizaje.
Estando todavía en su tierra natal había entrado en contacto con la entidad de apoyo misionero conocida en el mundo hispanoamericano como “Alas de socorro”. Después de un período de estudios teológicos universitarios, las circunstancias y las necesidades lo llevaron a encaminarse a Ecuador, donde inició un período de gran actividad y mucho servicio para los misioneros y sus familias, en las avanzadas evangélicas en la selva, como también para las diversas comunidades indígenas de la región, aunque no faltaron ocasiones en las que colaboró con las autoridades ecuatorianas en diversas emergencias. Penosos viajes a pie o a caballo, que a los misioneros y sus familias les llevaban días o semanas, según las condiciones y las distancias, incluso vadeando ríos, se efectuaban en minutos por medio de las avionetas misioneras, sin pensar en la provisión de alimentos y medicinas desde el aire, o el traslado de enfermos, tanto de las familias misioneras como de las poblaciones nativas. Saint comenzó a colaborar con las misiones y su personal misionero en 1948, cuando seis familias misioneras se valían de sus servicios. Cuando, cinco años después, la organización aeronáutica misionera envío a un segundo piloto a colaborar con Saint, ya atendían a veintisiete familias misioneras, lo cual, incidentalmente, indica la forma en que crecía y se extendía la obra de las diversas misiones en el Oriente ecuatoriano.
“Nate” (la forma familiar de su nombre, que se pronuncia neit) fue el alma de la “Operación auca”, intento evangelizador en el que, con cuatro compañeros, perdió la vida a los treinta y tres años de edad a manos de indígenas que temían todo contacto con el hombre blanco. La heroica acción de este consagrado creyente y sus compañeros ha sido interpretada desde diversos puntos de vista: ha sido condenada por algunos —dado el resultado trágico, hablando humanamente—, y aplaudida por otros como un intento valiente y heroico de llegar con el evangelio de Jesucristo a seres que se mantenían a la defensiva tanto de los blancos como de otras tribus indígenas. Para nosotros, como fue el caso con Allen F. Gardiner y sus compañeros de martirio en la zona más austral de nuestro continente, sólo cabe una respetuosa y admirada actitud de recogimiento hasta que la eternidad produzca su veredicto desde la perspectiva divina. Lo cierto es que posteriormente algunos miembros de esa tribu, hasta aquel momento totalmente aislada del resto del mundo y completamente ignorante del evangelio de Jesucristo, invitó a la única hermana soltera de Nathanael Saint, Raquel, ella misma también misionera, y a la viuda de uno de los hombres asesinados, Elisabeth Elliot, a instalarse entre ellos, con lo cual comenzó la evangelización de sus integrantes (entre ellos la de varios de los que habían participado en el ataque a los misioneros, que hoy son miembros y líderes de la iglesia cristiana que se ha formado entre los aucas) y el aprendizaje de aspectos benéficos de la civilización, como lo son la lectura y la escritura.
Por otra parte, no faltan quienes entienden que no se justificaban los esfuerzos y el sacrificio necesarios para llegar hasta los aucas, dado que se trataba de una tribu formada por pocos integrantes, con limitadas probabilidades de subsistir. Saint y sus compañeros entendían, en cambio, que se trataba de seres humanos que merecían tener la oportunidad de hacer suya la obra redentora de Cristo, y que las palabras de Apocalipsis 14.6-7, según las cuales el mensaje del evangelio debía llegar “a todas las naciones, razas, lenguas y pueblos” debían cumplirse literalmente, por lo cual no dudaron en emprender la arriesgada operación, tomando los debidos recaudos. Hoy se sabe por qué y cómo fue que los hombres principales de la tribu decidieron sorprender a los misioneros y darles muerte.

Escrito por David R. Powell

Fuente: http://www.kairos.org.ar