Mi familia está compuesta por mi esposa Claudia, y mis hijos: German, quien actualmente tiene diecinueve años, Jazmín de diecisiete y Roxana de quince.
Hasta el momento de salir al campo, mi esposa y yo trabajábamos en la docencia en las escuelas primarias. Pertenecíamos a una iglesia cuyo pastor era un misionero brasilero. Él invitaba cada año a nuestra congregación a ministros que predicaban sobre misiones, lo que despertó, tanto en mí como en mi esposa, un fuerte deseo y compromiso hacia las mismas, aun antes de casarnos. Este llamado se hacía cada vez más fuerte, pero al pasar los años nadie pudo canalizar. Sin embargo, queríamos expresarle a Dios nuestro amor por las misiones, y fue así como comenzamos a tomar algunas decisiones al respecto. Una de ellas fue abrir una cuenta bancaria en la cual comenzamos a aportar un porcentaje de nuestras ganancias que sería destinado a obreros en el campo. También comenzamos a informarnos acerca de algunos países no alcanzados y a interceder por ellos. Cuando estaba estudiando en un seminario bíblico, conocí a dos profesores quienes más adelante se fueron como misioneros a otros países, uno al África y otro a España. Allí enviamos nuestras primeras ofrendas.
Los años pasaban y nos sentíamos unos misioneros frustrados, por lo que pensamos que tal vez nuestros hijos podrían llevar a cabo este llamamiento; hasta que en el año 1995, el Soberano Señor movió su «tablero de ajedrez» para hacer posible nuestra salida. Llegó a nuestra provincia un grupo de hermanos de Overlake Christian Church (Seattle, EEUU), ofreciendo talleres y seminarios sobre varias temáticas que incluían el área de misiones. El interés que teníamos sobre esto fue lo que nos motivó a continuar con una relación de amistad, la cual, mediante un acuerdo con ocho iglesias de diferentes denominaciones de la ciudad, sus pastores y miembros de Sepal, aprobaron continuar como relación fraternal.
Dicha relación sería una asociación de apoyo y cooperación misionera con estas congregaciones participantes en un proyecto que se llamó «Iniciativa 10/40». Este tendría como objetivo movilizar a las iglesias para una participación cooperativa en el movimiento misionero global, enviando un equipo para plantar iglesias contextualizadas, autónomas y reproductoras (misioneras), entre los menos alcanzados. El equipo inicialmente sería de esta ciudad, pero daría oportunidad para incorporar a otros miembros latinos que desearan unirse a los que estuvieran trabajando en el país adoptado.
En ese mismo año se adoptó a la etnia uzbeka en un lugar de Asia Central. Al año siguiente, se formó el grupo de candidatos de cada una de las ocho iglesias participantes y se inició una capacitación, así como la formación de la estructura de envío. En el año de l997, el grupo de candidatos se redujo a quince, a fin de brindar una capacitación más sistemática y poder trabajar el área del carácter. Además, se realizó el viaje de exploración al país adoptado, el cual pude visitar en compañía de otros pastores, por ser un posible candidato al campo. Después de cuatro años de capacitación, de algunas experiencias prácticas y de escoger la agencia misionera, se concretó el envió en l999; pero no de un equipo, como se había pensado inicialmente, sino de una familia, la nuestra.
Hoy, ya hace seis años y medio que estamos allí. Recuerdo que los dos primeros años fueron muy difíciles; tuvimos que lidiar con el llanto de los niños que extrañaban a sus parientes y tomar algunas decisiones, como la de enviar a nuestros hijos a la escuela nacional, siendo ya grandes y desconociendo totalmente el idioma. El desafío más grande para nosotros mismos era entender que la prioridad y ministerio inicial sería la adaptación a la cultura y el aprendizaje de la lengua local, para poder presentar el Evangelio de manera clara y contextualizada a la cultura anfitriona.
Estuvimos viviendo en la capital por dos años, antes de trasladarnos a la ciudad meta, porque en ese momento no teníamos otros obreros en el equipo. Pasado un año, se incorporó una nueva familia, lo que facilitó el traslado al interior. Unos obreros de otra agencia también decidieron trabajar en este lugar, así que todo se dio en el tiempo de Dios y juntos trabajamos como un solo equipo, conformando lo que se conoce como el equipo de Dios. Después de haber vivido en la capital, donde había ciertas libertades, vivir en el interior significaba hacer nuevas relaciones y un mayor ajuste a la cultura, que era más conservadora en lo religioso.
Incorporar nuevos patrones de comportamiento significó un verdadero choque, y creo que los más afectados en nuestra familia fueron mi esposa y mis hijos. Una de mis hijas, haciendo memoria de lo que fue nuestro traslado, escribió lo siguiente: «El lugar donde ahora vivíamos era muy conservador. Cuando venía caminando de la escuela por las calles polvorientas de ese barrio, chicos que pasaban por allí, me escupían, decían palabrotas o me tiraban piedras.
Yo llegaba llorando a mi casa, y me pasaba la noche preguntándole a Dios por qué me había traído a vivir a un lugar así, donde los hombres despreciaban tanto a las mujeres…» Mi esposa también sufrió en los primeros meses por la burla y el rechazo. Cuando esto sucedía, nos reuníamos como familia, leíamos la Biblia, orábamos y llorábamos juntos, buscando la fortaleza de Dios. Sabíamos que Él nos había llamado y que nos capacitaría para esa tarea.
En estos años hemos visto la mano y la gracia de Dios obrando para plantar la iglesia. Cuando llegamos a aquella provincia, hace cuataro años, no se conocía ningún grupo de convertidos uzbekos de trasfondo musulmán, que se reunieran para adorar a Dios en el nombre de Jesús.
En el año 2001 fuimos conociendo algunos creyentes, algunos de los cuales no se conocían entre sí, y comenzamos a reunirnos con el deseo de trabajar con ellos en un discipulado para formarlos como obreros. Ellos eran un hombre, una mujer y un matrimonio joven. Vivían en diferentes y distantes aldeas. Fueron cuatro años de intenso trabajo. Veíamos en estos creyentes a líderes potenciales, y por cada semana comenzamos a reunirnos con ellos, haciendo un plan para el discipulado. Después de cada encuentro donde desarrollábamos estos temas, les pedíamos que los compartieran con los interesados, parientes o amigos, ya que estas son relaciones cercanas donde se podía hablar de estos temas con confianza. Lo impactante, y el motivo de mayor gozo, fue cuando dos de estos hermanos comenzaron a traer a otros a Cristo, a discipularlos y, al poco tiempo, bautizarlos. Ellos mismos comenzaron a formar pequeños grupos de estudio entre los interesados y nuevos convertidos, pero el desafío más grande fue que entendieran la necesidad de reunirse con regularidad, aunque fuera una vez a la semana. Por ese tiempo, otro candidato a líder que ya había dado testimonio de su conversión fue llevado al grupo, lo cual llevó a otros a Cristo.
Hay que destacar también que en ese tiempo fue cuando comenzaron a venir las persecuciones por medio de la policía secreta. Llamaban a los líderes para interrogarlos y amenazarlos con meterlos a la cárcel. A uno de ellos, con quien me encontraba todas las semanas, lo estuvieron citando por varios días a la oficina del jefe de la policía secreta de esa ciudad , interrogándolo cada día por unas tres o cuatro horas y hablándole en contra del Inshil (Nuevo Testamento). Estas fueron pruebas duras para la fe de ellos en el Señor, que muchas veces afirman o apartan de la fe a los convertidos.
Unas de las batallas más arduas con las que hay que lidiar, es la de tener discernimiento de las motivaciones de las personas que se acercan para profundizar una relación, ya que la mentira es un arma muy peligrosa. No sabes cuándo alguien tiene un sincero interés en el Señor, o cuándo el único objetivo es ver si pueden lograr obtener ayuda para conseguir dinero. Pero, contra todo esto, Dios ha trabajado y hoy podemos decir que contamos con más de ocho grupos de iglesias en las casas, en diferentes aldeas. Uno de estos líderes que ha entendido muy bien la visión y el tema de la reproducción, es el que ya ha abierto unos tres nuevos grupos en otras aldeas.
Él mismo ha elegido y formado a los líderes que se harán cargo de estas iglesias en las casas (grupos de seis, ocho, diez o dieciocho personas como máximo, ya que la persecución no permite grupos mayores). No conocemos a todos los creyentes, pues nuestra relación cercana y trabajo son, fundamentalmente, con los líderes. En estos años de ministerio, como familia, hemos pasado por situaciones difíciles. Hoy puedo ver los obstáculos que hemos superado y dar gracias a Dios por su fidelidad, pues en este trabajo hemos sufrido con tiempos de soledad y desánimo. Primeramente, esto se debió al sentimiento de abandono en el aliento, en la comunicación, en el cuidado pastoral y en el sustento de las iglesias que nos habían enviado (para algunos el compromiso se terminó después de tres años, para otros después de cinco años).
Pero en esta situación, Dios levantó otros hermanos e iglesias que fueron de sostén para nuestras vidas. En segundo lugar, el desánimo surgió en el área ministerial, como resultado de haber invertido con mi esposa muchas horas en una aldea, sobre todo yo en uno de los líderes, y no ver frutos. Allí pudimos entender que el resultado no dependía de «nuestras fuerzas ni de nuestras capacidades». El sentirnos desanimados nos hizo volver a la fuente de la fortaleza y depender de Él. Después de un tiempo de oración más intensa, Dios comenzó a obrar y hoy podemos ver nuevos convertidos en ese lugar. Todas estas circunstancias sirvieron para afirmarnos en Aquel que nos había llamado y que había prometido estar con nosotros siempre.
Como expectativa, queremos ver un movimiento de plantación de iglesias entre los musulmanes de este país, para que lleven el Evangelio a las otras aldeas de la provincia. Queremos seguir invirtiendo en los líderes, para que puedan abrazar la visión de la multiplicación; y no sólo en su región, sino que también traspasen las fronteras para alcanzar a los uzbekos que están en los otros países limítrofes. En mi oración doy gracias a Dios cada vez que me acuerdo de ellos. «…siempre oro con alegría, porque ellos han participado en el evangelio desde el primer día hasta ahora, y estoy convencido de esto: El que comenzó tan buena obra en ellos, la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús. Es justo que yo piense así de todos ellos, porque los llevo en el corazón». Filipenses1:4-7ª (NVI)
MANUAL DE TESTIMONIOS MISIONEROS
Jesús Londoño, editor
Compilador: Jesuel A.
2005 Primera Edición
Equipo Editorial: Mayra Urízar de Ramírez, Mireya Fayad
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