Conocí a Jesucristo hace ya treinta y un años, en la misma iglesia que dieciséis años después fui pastor, la Iglesia Bautista. Provengo de una familia con descendencia paterna de Siria. Me crié en un barrio de mi ciudad donde el 90% –en aquella época– eran originarios o descendientes de Siria y del Líbano. Quizás esto fue una causa que Dios utilizó pa- ra llamarme al servicio misionero entre los árabes. Ver Perfil Árabe, Marroquí Mi familia, al momento de mi llamado, estaba compuesta por mi esposa Noemí Panotto –desde el año 1999 en la presencia del Señor– y mis hijas Adriana, Valeria y Sofía. Aunque mi convicción de servir al Señor la tuve casi desde el inicio de mi vida cristiana, mi esposa tuvo su propio llamado muchos años después.
Al poco tiempo de mi conversión, comencé a involucrarme en actividades misioneras, ya sea participando en congresos misione- ros como Comibam ‗87 y otros. También trabajé organizando y mo- tivando a mi iglesia y a otras, para llevar adelante veladas de oración por las misiones.
Nuestra propia iglesia despertó a la visión misionera y co- menzamos con el ánimo de apoyar misioneros y de enviar a otros a servir al Señor en otros campos. Toda esta tarea de motivación y apoyo a las misiones despertaba en mi corazón la necesidad de invo- lucrarme más personalmente. Pasaron los años, y lo que al principio era sólo buscar ser un canal a otros, comenzó a ser un fuego que me llamaba a dejar mi pastorado –que hasta el momento era un ministe- rio fructífero, en pleno crecimiento y desarrollo– y comenzar a soñar en servir al Señor directamente en el campo misionero entre los ma- grebíes.
Al evaluar nuestras posibilidades familiares, llegamos a la conclusión de que no sería fácil para una familia, ya con algunos hijos con más de veinte años de edad, trasladarnos a un país islámi- co, por ello decidimos venirnos a España –en ese tiempo con un cre- ciente flujo migratorio del Magreb– y trabajar entre los inmigrantes.
Nuestra adaptación no ha sido traumática, aunque sí tuvo momentos difíciles y tensos. Por un lado, al inicio, el llegar y escu- char otro idioma, el catalán, en el cual nuestras hijas deberían estu- diar y trabajar, fue un pequeño escollo, gracias a Dios superado. Un momento delicado también que tuvimos como familia fue el recha- zo. Esto incluyó el maltrato, que por su condición de inmigrante, nuestra hija menor sufrió en el colegio al inicio de su primer año de estudios aquí. Debido a esto, tuvimos temor de que ella no quisiera volver más al instituto, pero la gracia de Dios la fortaleció y, ven- ciendo el temor, terminó integrándose. Después, al poco tiempo, el recrudecimiento de la enfermedad de mi esposa; los casi diarios via- jes al hospital o dormir muchas noches en él, fueron tiempos de pre- guntas que no siempre tuvieron respuestas a nuestro alcance. La par- tida de mi esposa a la presencia del Señor nos hizo repensar la deci- sión tomada hacía un año y medio atrás. Pero siempre llegábamos a la misma conclusión. El Dios que nos había llamado y traído aquí no obra arbitrariamente, y siempre su Espíritu nos dio confirmación de Su presencia y compañía entre nosotros.
Algo que también inquietaba mi corazón, y el de mis hijas, era la tremenda diferencia entre la vida eclesial que tenían en nuestra tierra y la encontrada aquí. La pérdida de su grupo juvenil y el hacerse un lugar en la nueva realidad española –catalana– no fue fácil, pero aprendimos que las comparaciones no facilitan las cosas y que la disposición de buscar y encontrar al Señor en esta nueva rea- lidad era prioritario. Una vez más, el Señor fue fiel y nos concedió el conocer, disfrutar y aprender de la tremenda riqueza de la iglesia na- cional. Las diferencias nos enriquecieron espiritualmente y nos ayu- daron a amar lo que Dios nos permitía tener ahora; y en la medida de nuestras posibilidades, honramos a Dios y a su iglesia aquí, con los dones que él nos ha concedido.
En lo ministerial, para un obrero que quiera trabajar entre inmigrantes magrebíes en España, la falta del idioma árabe no es, ni lo fue para nosotros, un escollo insalvable. Ellos necesitan aprender el español, y su propia necesidad fue la puerta abierta para involu- crarlos en nuestro espacio de vida y ministerio. Hoy ya hemos cumplido ocho años de servicio entre los in- migrantes magrebíes. Nuestra vocación y llamado han sido trabajar para ver una iglesia árabe establecida en nuestro medio, y en ello es- tamos. Pero también tuvimos convicción y certeza en nuestro co- razón, de que debíamos hacer el intento de motivar a la iglesia na- cional para que vea y se comprometa con el tremendo desafío que representa el campo misionero transcultural que tiene a las puertas de sus iglesias, con la inmigración norafricana.
En esto también estamos, y podemos decir que por la gracia y misericordia de Dios estamos viendo el obrar de Dios en muchas congregaciones locales, y nos sentimos parte de este obrar soberano.
Como decía al principio, podemos decir que nuestra adapta- ción no ha sido tan traumática, pero sí, por momentos, conflictiva y dura. Hemos podido percibir que detrás de todo llamado de Dios a un servicio específico, siempre subyace un llamado mas íntimo, per- sonal y trascendente. Y no fue fácil para nosotros discernir ese propósito divino.
Hoy podemos decir, sin lugar a dudas, que el principal y so- berano propósito de Dios de traernos a España no ha sido el trabajar entre los magrebíes. Su propósito fueron nuestros propios corazones. Ellos fueron el campo de misión de Dios para la familia Juez. Lo otro, lo que nosotros pensábamos y creíamos la razón fundamental de nuestra salida de Argentina y nuestra radicación en España, era sólo el medio utilizado por Dios para trabajar en lo íntimo de nues- tras vidas. Lo que al principio era nuestro llamado se convirtió –no sin pagar un duro precio– en un regalo de Dios. Hoy por hoy, el mi- nisterio es razón y motivo de nuestro agradecimiento al Señor y el canal de sentirnos como instrumentos de bendición para otros.
Los seis años posteriores a la partida de mi esposa Noemí, fueron tiempo de muchas luchas, que incluyeron victorias y derrotas. Las derrotas siempre estaban acompañadas de un pensamiento que animaba a continuar. ¡Esto sólo es un tiempo que no durará mucho! Además, la seguridad y convicción de estar en el lugar que Dios nos había traído, la confianza en las promesas de Dios y su sabiduría al hacer las cosas y el acompañamiento de hermanos amados, de tantos lugares, así como de Argentina y de España, nos dieron la fortaleza que necesitábamos para continuar esperando en la fidelidad de nues- tro buen Señor.
Hoy vemos las primeras lluvias de las bendiciones de Dios sobre nuestras vidas y ministerio. Reconozco que muchas de estas victorias son producto del amor sacrificial de hermanos españoles que oraron y clamaron a Dios por estos inmigrantes «moros», que comenzaban a pisar su bendita tierra. Hoy recorro caminos donde otros antes abrieron surcos. Esto es respuesta de Dios al amor y pa- sión de mis hermanos españoles. Otros obreros como yo son los tes- tigos a quienes el Señor permite cosechar sobre las labores de los que nos precedieron. Percibimos un despertar, aunque aún leve en el pueblo de Dios, que abriendo sus ojos a la realidad de la inmigración magrebí, toma conciencia de que algo es necesario hacer y se está haciendo.
Hay ya un liderazgo de trasfondo musulmán, que converti- dos a Cristo por la obra del Espíritu Santo están naciendo y trabajan- do fuerte con la gracia de Dios. Su trabajo será, en poco tiempo, co- nocido y recompensado con creces. Y Dios me ha premiado permi- tiéndome ser un colaborador y compañero suyo en los sueños y an- helos de ver una iglesia árabe en España, que ya sea integrada a la iglesia nacional o formando nuevas comunidades étnicas, glorifica el bendito nombre de Jesucristo. Como he dicho, sentimos sobre nuestros rostros las primeras gotas de la primera lluvia. Cada día que pasa, Su gracia añade a su Iglesia nuevas vidas de norafricanos. No es un movimiento de per- sonas árabes hacia Cristo, no es un avivamiento, sólo las primeras gotas que, sin duda, en el tiempo de Dios veremos transformarse en un río que mueve montes y derriba barreras. El lo hará, sin duda.
España es un campo de misión, y especialmente entre nora- fricanos. Necesitamos obreros llenos de amor, paciencia, capacidad y perseverancia. Necesitamos obreros que amen, no sólo a aquellos a los cuales Dios los ha llamado, sino que también amen y sean de so- porte y ayuda a la iglesia nacional; no impositivos de otras maneras de hacer las cosas, sino compañeros fieles en el liderazgo nacional. Así, seremos verdaderos catalizadores de un movimiento misionero que traerá almas a los pies de Cristo.
Elevo mi gratitud, en primer lugar, a Dios por su fidelidad hacia mi persona y hacia mis hijas. Agradezco también a El, que el largo tiempo de soledad haya finalizado, permitiéndome conocer y disfrutar de una nueva esposa, mi querida Magda, compañera fiel de sueños y oración.