Agencias Misioneras Sí o No

«¿Es realmente necesario utilizar organizaciones paralelas para llevar a cabo la obra misionera?» Para contestar esta pregunta, debemos acudir a tres fuentes de información: 1) La Biblia, 2) La historia del movimiento cristiano mundial y 3) Consideraciones pragmáticas. Solo con esta «mezcla» de información podremos construir una respuesta adecuada a esta inquietud.

En este siglo, la obra misionera ha estado íntimamente ligada a las agencias misioneras. Hablar de misioneros sin agencias que los envíen es casi como hablar de carreta sin caballo. Sin embargo, en esta etapa del desarrollo de la iglesia latinoamericana (cuando se comienza a pensar seriamente en enviar misioneros a otros continentes), la necesidad de utilizar agencias misioneras en ese proceso no es necesariamente obvia. Algunos directamente rechazan la idea de agencias misioneras, titulándolas como algo «extra bíblico», y parece haber confusión respecto del papel que estas organizaciones llevan a cabo. Hay quienes se están haciendo la pregunta «¿Es realmente necesario utilizar organizaciones paralelas para llevar a cabo la obra misionera?»

Para contestarla, debemos acudir a tres fuentes de información: 1) La Biblia, 2) La historia del movimiento cristiano mundial y 3) Consideraciones pragmáticas. Solo con esta «mezcla» de información podremos construir una respuesta adecuada a esta inquietud.

BASES BÍBLICAS

La única «organización» que Cristo fundó fue su iglesia (Mt. 16.18), por lo tanto cuesta, a algunos, aprobar el concepto de organizaciones aparte de lo que es la iglesia en su forma más simple: la congregación local. Pero este punto de vista es poco defendible si reconocemos que la iglesia que Cristo fundó es un cuerpo con varios ministerios (Ef. 4.11) y que éstos no siempre funcionan debidamente en las congregaciones locales por cuestiones estructurales y pragmáticas. El énfasis natural de la congregación local está en los ministerios del pastorado y la enseñanza, muchas también son activas en el evangelismo pero pocas reconocen el ministerio del apostolado (envío de misioneros) como una responsabilidad de la congregación local. Es por ello que poco o nada se hace para la extensión de la iglesia más allá de las fronteras de su propia localidad.

En búsqueda de una respuesta bíblica a este problema tendríamos que preguntarnos cómo enfrentó la iglesia neotestamentaria su responsabilidad de enviar misioneros. En primer lugar, tendríamos que decir que la primera iglesia de Jerusalén fue tan lenta como cualquiera de las nuestras en captar el significado de la gran comisión. Vemos en Hechos 8.1-4 que el primer movimiento misionero fue motivado por una persecución y no por propia iniciativa de la iglesia. A causa de este movimiento, algunos hombres llegaron a Antioquía, tercera ciudad del Imperio Romano, y predicaron el evangelio a los gentiles de los cuales muchos se convirtieron (Hch. 12. 19-21). Recién cuando la iglesia de Jerusalén escuchó esta noticia se preocupó y envió a un «misionero» para enseñar a la nueva congregación. Este, de su propia iniciativa, buscó un hombre en Tarso que había conocido en Jerusalén, el cual tenía un llamado específico a los gentiles (Hch. 26.16-18). Así se formó el primer «equipo misionero» con los apóstoles (misioneros) Bernabé y Saulo.

Después de haber obrado por un año en Antioquía, estos dos llevaron una ofrenda a la iglesia de Jerusalén, trayendo consigo al regresar a un tercer miembro del equipo misionero: Juan Marcos. Lo que aconteció al volver, en Hechos 13.1-3, es la reafirmación del ministerio al cual éstos ya habían sido llamados y su encomendación a la obra. Los líderes de la iglesia local de Antioquía reconocieron el llamado misionero que tuvieron Bernabé y Saulo y los despidieron con sus bendiciones para seguir este ministerio.

Analizando bien lo que pasó en Antioquía, vemos que fue nada menos que la formación de la primera «organización misionera». Hombres de dos o tres congregaciones con un llamado a la obra misionera, por razones pragmáticas y bajo la guía del Espíritu Santo, se constituyeron en un equipo para llevar a cabo los fines de su ministerio. La iglesia de Antioquía no fue la que tomó la iniciativa para formar esta «organización»; sin embargo, fue la matriz en que se pudo formar y participó activamente en su envío. Alguien dirá, en defensa de la pureza denominacional, que todos los involucrados pertenecían a iglesias de la misma fraternidad, basándose en ello para apuntar que era un trabajo denominacional y no paraeclesiástico, pero no sé cuán válido es eso, ya que había una sola «denominación», hasta el momento.

Me siento cómodo en llamar a este equipo misionero una «organización», aparte de lo que era la iglesia local. Se manejaron con cierta independencia de las iglesias que los enviaron y de aquellas que levantaron. El equipo tuvo sus propios líderes: Primero en Bernabé y luego en Pablo. Hacían sus propias decisiones en cuanto a dónde ir, cómo llevar a cabo el trabajo y a quiénes incorporar al equipo. Integraron hermanos no sólo de las iglesias enviadoras sino también de las nuevas iglesias que se fueron formando. A medida que el libro del los Hechos avanza, más parece fortalecerse esta concepción. En fin, ejercían la autonomía necesaria para desenvolver su ministerio con completa libertad.

Al decir esto, no estamos disminuyendo la importancia del papel que tuvo la iglesia de Antioquía en el ministerio apostólico de este equipo. Bernabé y Pablo sentían un vínculo muy especial con la iglesia «desde la cual habían sido encomendados» y en un determinado punto de su jornada misionera, vieron la necesidad de volver a Antioquía para informar acerca de sus actividades (Hch. 14.26). Sin lugar a dudas, junto con su informe solicitaron las oraciones de los hermanos y suponemos que la iglesia les apoyó también económicamente. Vale la pena mencionar que Bernabé y Pablo reconocían la autoridad de la iglesia «madre» de Jerusalén. Cuando se levantaron algunas cuestiones doctrinales en su obra acudieron a ella para solucionarlas (Hch. 15).

Lo que nos interesa ahora es ver que existe, al menos, un ejemplo muy importante en la Biblia de lo que podríamos denominar una «sociedad misionera». Sin duda, su estructura era más sencilla que la de la mayoría de las sociedades modernas; sin embargo, es imprescindible notar que con la autonomía que tenía, pudo lograr mucho más que si hubiera estado «atada» a la estructura de una iglesia local. Comenzando con Hechos 13, el resto de este libro relata el desarrollo de la impresionante obra misionera hecha por este equipo, el cual logró (según el testimonio de Pablo en Ro. 15.19) que todo el Mediterráneo del Este fuera «llenado del evangelio de Cristo».

Además de la muy evidente unción del Espíritu Santo en la obra, consideramos que la movilidad que tuvo Pablo y su dedicación singular en llevar el evangelio adonde nunca había sido predicado, fueron las marcas distintivas de su ministerio. Estas características, por su naturaleza, no se desarrollan en una iglesia local. Si aún tenemos que justificar este ministerio en base a nuestra eclesiología, acordémonos que el cuerpo de Cristo es universal y que ninguna iglesia local puede pretender incorporar todo lo que es este cuerpo. Las organizaciones misioneras funcionan como miembros muy especializados del cuerpo universal de Cristo y por lo tanto forman una parte integral de la «iglesia» que Él constituyó.

LA EVIDENCIA HISTÓRICA

Un pantallazo del desarrollo del movimiento cristiano mundial nos mostrará a organizaciones, aparte de lo que es la iglesia local, que se levantaron con el mismo fin que tuvo la de Pablo: llevar el evangelio adonde nunca se había escuchado. Es digno de mencionar que los únicos esfuerzos voluntarios que lograron una expansión significativa, fueron hechos por organizaciones paraeclesiásticas. Esto no nos sorprende pues hemos visto que por su naturaleza, el ministerio misionero tiene un enfoque muy distinto al que normalmente se encuentra en la iglesia local. En los siguientes párrafos analizaremos las raíces de lo que denominamos como misiones «modernas», para entender mejor el papel que éstas han tenido en el explosivo crecimiento de la iglesia en los últimos dos siglos.

En su principio, la iglesia protestante parecería haber tenido un gran prejuicio en contra de la formación de organizaciones aparte de la parroquia y la estructura denominacional. Tal vez esto se debe a la reacción protestante contra las sociedades monásticas católicorromanas, la mayoría de las cuales, para el tiempo de la Reforma, eran muy corrompidas. Con las notables excepciones de los esfuerzos misioneros de los Puritanos a los indios de Norteamérica, de los Moravos a los esclavos del Caribe y de la misión Danesa-Halle a la India, el protestantismo no produjo un sostenido movimiento misionero hasta el siglo diecinueve. Por lo tanto, durante los primeros dos siglos de su existencia la iglesia protestante permaneció dormida en cuanto a las misiones, mientras que la iglesia católicorromana se estaba arraigando en varios continentes a través de los esfuerzos de las misiones Franciscanas y Jesuitas.

En 1792, un empobrecido pastor bautista inglés, movido por una gran convicción de que la iglesia se debería mover para la evangelización mundial, escribió un ensayo titulado «Una investigación de la obligación de los cristianos en el uso de medios para la conversión de los paganos». En este librito, Guillermo Carey propuso la formación de empresas formadas por cristianos serios, pastores y laicos, quienes se dedicarían al envío de misioneros a lugares inalcanzados con el evangelio. Un año después, el mismo Carey fue enviado a la India como el primer misionero de la recién formada «Baptist Missionary Society». Su pequeño libro fue usado grandemente para inspirar en la formación de varias sociedades misioneras en ambos lados del Atlántico de manera que, cuando a principios del siglo 19 el Espíritu Santo despertó un movimiento misionero entre los estudiantes universitarios, estas empresas ya estaban organizadas para enviar a los miles de voluntarios que se levantaron.

Hubiera sido muy difícil para este gran movimiento que marcó esa época como «el gran siglo de las misiones protestantes», tomar fuerza sin la aceptación del concepto de organizaciones que se dedicaran exclusivamente a la empresa misionera. Las grandes energías latentes para la evangelización mundial en la iglesia protestante sólo podían canalizarse a través de estas organizaciones. Por medio de ellas, miles de misioneros fueron enviados a todos los continentes del mundo con el resultado de que, en la actualidad, la iglesia evangélica se encuentra en casi todos los países.

Es importante mencionar que aunque estas organizaciones al principio eran de carácter denominacional, fueron substancialmente independientes de las estructuras eclesiásticas con las que se relacionaban. Luego, cuando comenzaron a surgir las misiones interdenominacionales, éstas también mantuvieron su independencia de las estructuras eclesiásticas. Este punto es muy importante porque el vigor con que se lleva a cabo la obra misionera está íntimamente relacionado con el control de la empresa enviadora. Si éste no está en manos de personas realmente dedicadas a los fines de este ministerio, es dudable que pueda prosperar. Esto se ve en el hecho de que, aunque existen «departamentos de misiones» en muchas de las estructuras denominacionales más destacadas de Latinoamérica, la mayoría de ellos se conforman con mantener un puñado de misioneros, aunque tienen el potencial de mantener a cientos de ellos.

Si no nos sentimos cómodos de tomar en cuenta a la evidencia histórica deberíamos tomar unos momentos para reflexionar sobre dónde estaríamos nosotros si no fuera por las organizaciones que enviaron misioneros a nuestra parte del mundo. ¿Qué estaríamos haciendo en la actualidad y qué futuro eternal nos esperaría?

CONSIDERACIONES PRAGMÁTICAS

La tercer fuente de información que afectará nuestra perspectiva acerca de la formación de organizaciones misioneras son algunas consideraciones prácticas.

Vivimos en un mundo donde las fuerzas económicas, políticas y sociales ejercen una influencia muy grande sobre nuestra ideología. Si bien estamos convencidos de que las sociedades misioneras son instrumentos útiles y tal vez indispensables para lanzar un movimiento misionero desde Latinoamérica, ¿es posible levantar estas agencias dentro de la realidad en que vivimos? La fuerte presión económica que nuestro continente siente en este momento, casi hace que la idea se descarte antes de ser puesta bajo consideración.

No podemos aislarnos de las circunstancias en que vivimos. Por lo tanto, el modelo de sociedad misionera que se levante en este continente debe nacer legítimamente de nuestras circunstancias y dar respuestas a ellas. No podemos limitarnos a pensar únicamente en el modelo de sociedad que proviene de Norteamérica y Europa. Hay, tal vez, otros modelos en la historia que nos pueden señalar mejor el camino que deberíamos tomar.

Durante el último siglo la obra misionera ha provenido, en gran parte, de las naciones más desarrolladas. Pero en el principio no fue así. Es llamativo que el ya mencionado Guillermo Carey debió superar muchos de los mismos problemas que nosotros enfrentamos. En primer lugar, tuvo que convencer a su propia congregación y a los pastores de su denominación de que sus ideas no eran «locura». Le costó años convencerlos y tan pronto como lo hizo tuvo que enfrentar el desafío de los gastos de envío. Como pastor, ganaba 12 libras por año, pero el pasaje a la India para él y su equipo era de 500 libras.

Desde un comienzo se hizo a la idea de que debería trabajar para sostenerse. Pidió que los hermanos le proveyeran con su sostén durante el primer año y que después, él se encargaría del mismo. Este plan fue necesario no sólo por la pobreza que tenían las iglesias bautistas sino porque la India estaba totalmente cerrada para misioneros y Carey no podía sostener una identidad dentro del país sin un empleo. Logró llegar a la India y, aunque no tuvo ninguna preparación formal, por sus logros académicos (los que le llevaron al dominio de varios de los idiomas principales de la India) consiguió un importante empleo como profesor de idiomas que proveyó el sostén, no sólo para él y su familia, sino para la misión entera durante muchos años. También es notable que en su carrera misionera de más de 70 años nunca volvió a su país natal.

Otros que se fueron para «toda la vida» fueron los Moravos. Este grupo extraordinario del siglo dieciocho enviaba misioneros a la gente más rechazada y olvidada. Ellos también debían sostenerse a sí mismos, lo que condujo a la práctica de crear industrias y negocios, los cuales permitían que los misioneros no sólo se sostuvieran sino que también entraran en una relación más íntima y natural con el pueblo. La paciencia y el sacrificio que los Moravos demostraron en el desarrollo de sus misiones, son páginas heroicas en la historia de la iglesia. Vale la pena mencionar que esta comunidad enviadora sostuvo una cadena continua de oración a favor de sus misioneros por más de cien años.

Los latinoamericanos no serán los primeros en enfrentar circunstancias difíciles en el envío de misioneros. Tanto la crisis económica como el fanatismo ideológico que controla muchos de los países más necesitados del evangelio (y que por lo tanto no permiten la entrada de misioneros) dictan que levantemos modelos creativos que den respuesta a estas circunstancias. Tal vez estas sociedades se parecerán más al equipo nuclear de Pablo que a las estructuras internacionales que predominan en Occidente. Tal vez imitarán el sacrificio de los Moravos que emigraban a su lugar de misión sin pensar jamás en volver a su tierra natal. O tal vez nacerán modelos de colaboración internacional que reunirán los recursos de la iglesia en el primer mundo con los recursos humanos de la iglesia en el tercer mundo. Pero, sea cual fuere la forma que adopten las sociedades misioneras latinoamericanas, si realmente esperamos ver un movimiento misionero, estas agencias deberán ser compuestas y controladas por hombres y mujeres con una visión dirigida exclusivamente hacia el cumplimiento de la gran comisión.

Sociedades misioneras: ¿Sí o no? Si tomamos en serio la gran comisión de nuestro Señor Jesucristo y queremos ver una respuesta masiva de la iglesia latinoamericana en el cumplimiento de ella, la respuesta tiene que ser ¡Sí! Que Dios nos ayude a desarrollar las estructuras que mejor nos permitan ser fuerza mayor en la extensión de su Reino hasta lo último de la tierra.

LA CREATIVIDAD ECLESIOLÓGICA

Una herramienta para la Iglesia Cristiana

Lo legítimo de las agencias misioneras es puesto en duda por aquellos que proponen a la iglesia local como única estructura eclesiológica válida según su interpretación bíblica.
Sobre que la iglesia cristiana actual es muy distinta a la descrita en el Nuevo Testamento nadie tiene la menor duda. Pero las diferencias no siempre son negativas, como algunos se empeñan en destacar. Si bien hay cosas añorables de aquellos primitivos cristianos que haría bien volver a ellas, también son buenas las nuevas formas y prácticas de aplicar los mismos, viejos y siempre vigentes principios dados «una vez a los santos».

Así como las Sociedades Bíblicas, la Escuela Dominical o la «Hora feliz» son positivas realidades incuestionables que no fueron descritas en el Nuevo Testamento, otras formas pueden ser desarrolladas para aplicar, en tiempos y situaciones distintas, los mismos principios de siempre. La creatividad es algo que Dios ha puesto en el hombre y usarla para engrandecer su Reino no es una herejía, si su uso permite aplicar la misma enseñanza, las mismas verdades de la Palabra. Porque cielo y tierra, agencias y denominaciones, métodos y formas pasarán, mas su Palabra no pasará.

Por Jonatan Lewis

© Apuntes Pastorales, Volumen IV, Número 6.