Por Dr. Carlos Pinto
“Por favor no engrían ni sobreprotejan a nuestros misioneros dándoles mensajes que deben de cuidarse y dejarse cuidar”, dijo un líder de una agencia del Sur global con quienes estábamos participando en un encuentro internacional de Cuidado del Misionero. Luego un representante de otro país se manifestó: “Muchos misioneros son muy delicados y no entienden que el sufrimiento es parte de la vida misionera. Lo que necesitamos es solo depender en Dios. El sufrimiento santo es parte de la vida misionera”.
Introducción
La psicología desde mucho tiempo atrás reconoció que las familias misioneras, o aquellos que hacen trabajo humanitario en países extranjeros, están expuestos a niveles altos de estrés debido a la naturaleza de su trabajo. El haberse desplazado en forma voluntaria a vivir en un país que no es el suyo, el verse forzado a aprender un nuevo idioma y costumbres, el haber dejado su red social de apoyo y el tener como trabajo una constantemente atención a otras personas en necesidad coloca a los misioneros en riesgo de desarrollar una fatiga ministerial si no desarrollan una disciplina de autocuidado.
En la comunidad cristiana, el tema de autocuidado en la vida del misionero se vio como una actitud “egoísta” o como una señal de “falta de fe”. Históricamente las primeras familias misioneras dejaron su país con la absoluta confianza que el Dios de la misión las cuidaría en todo y que nada les faltaría (Salmo 23), Dios era percibido como el único que cuidaba del misionero. Posteriormente, en la época moderna las agencias misioneras asumieron una lectura interdisciplinaria sobre la vida misionera y del ejercicio del cuidado del misionero en forma integral. Al final se concluyó que muchos casos de retorno prematuro podrían haberse evitado si se hubiese dado un cuidado del misionero en forma más proactiva y por “todos” quienes participan en esta empresa Divina y humana.
En la actualidad, como bien lo han indicado diversos misioneros con especialidad en salud mental, como es el caso de Kelly O’Donnell, el cuidado del misionero es responsabilidad no solo de Dios sino también; del mismo misionero, del equipo, de quien envía, de los especialistas cuando fuere necesario y de las redes que proveen estos servicios de cuidado. Esta evolución o madurez del concepto del cuidado del misionero que ahora es más interdisciplinario e integral no se limita solamente a descansar en el cuidado de Dios. En esta nueva época quien sirve en misiones asume una actitud individual e interdependiente siendo más proactivo, preventivo y responsable al cuidar de su espiritualidad, su mente, su cuerpo y relaciones, sin que se sienta que será criticado como falto de fe, emocionalmente inmaduro o hasta egoísta.
La Tensión
El ejemplo dado al inicio muestra dos paradigmas que, llevados al extremo, podrían ser un error:
1) Espiritualizar la necesidad del cuidado del misionero confiando que Dios es el único responsable de cuidar, minimizando la responsabilidad del misionero en esta tarea o 2) Psicologizar y exagerar la responsabilidad del misionero en cuidarse a sí mismo con recursos humanos. Algunos misioneros manifiestan esta disyuntiva o tensión diciendo: “Confiamos en la gracia de Dios y su cuidado, o confiamos en las ciencias y en el cuidado de otros seres humanos tan fallidos como nosotros”.
Uno de los conflictos en la cultura evangélica Latinoamericana pudiera estar relacionado a la terminología. Por ejemplo, la frase “autocuidado” es percibida muchas veces como una actitud humana y egoísta opuesta al rol natural del misionero, que está asociado a la humildad y sacrificio. Aun más, en la región andina el abrazar el dolor y el sufrimiento es expresado en la música que en su lamento la mujer o varón acepta y se alegra en su pena. Lógicamente en este contexto el término “cuidado de Dios al misionero” es percibido en forma más positiva que el cuidado de sí mismo.
La realidad es que el cuidado del misionero tiene dos expresiones, desde arriba y desde abajo. El cuidado de Dios del misionero es la expresión que sucede desde arriba, es sobrenatural, es el perfecto, porque proviene del omnisciente y soberano Dios de la misión. El cuidado del misionero, que se realiza por sí mismo, en forma responsable, al velar por su salud espiritual, física, y emocional con el objeto de evitar ser anulado por el alto nivel de estrés, es un cuidado desde abajo. Este cuidado desde abajo es compartido entre el misionero, los que son miembros del mismo equipo misionero, los directores del equipo, la iglesia enviadora, organizaciones misioneras receptoras y otros recursos humanos como especialistas en la salud mental, personal y familiar de los misioneros.
Recomendaciones
La clave está en evitar sobreproteger o desproteger al misionero y su familia. A continuación, enumeraré algunas de las áreas que el misionero necesita tener en cuenta en su “autocuidado”. A su vez, también quienes ejercen el ministerio de Cuidado del Misionero podrían recordar estas consideraciones entre otras:
- Evitar caer en actitud de creer que se tiene que desarrollar proyectos grandiosos irreales.
- Desarrollar un plan a largo plazo con roles y actividades específicos y realistas.
- Identificar y mantener una propuesta de crecimiento espiritual, relacional, ministerial, etc.
- Ejercitarse en disciplinas que promuevan el bienestar de la salud espiritual, física y emocional.
- Mantener regularmente reuniones individuales con mentores, supervisores y otros espacios seguros donde se puedan ventilar emociones conflictivas o reprimidas.
- Esforzarse en mantener un buen balance entre pasar el tiempo con la familia y el ministerio es importante en la pareja, y que cada uno sea consciente de promover el bienestar integral de su conyugue.
- Mantener un balance saludable entre el dar y recibir. El misionero o misionera no es una súper-persona autosuficiente que nunca necesita ayuda. Debe reconocer sus límites y alegrarse en los recursos que Dios le da para cuidarte.
- Ser consciente de los factores internos y externos que perpetúan el alto nivel de estrés.
- Desarrollar la capacidad de perdonar y perdonarse como también de saber resolver o enfrentar los problemas cotidianos en forma saludable.
Recuerde que nuestro Señor Jesús nos dejó el modelo de pasar tiempo a solas con el Padre. Este tiempo, en la presencia del Padre, es esencial para renovar la fe, nutrir el llamado, fortalecer el sentido del significado de ser parte de la fuerza misionera que Dios está usando en este tiempo. La dependencia constante en Dios preguntándole: ¿Y ahora Señor qué, qué deseas que haga bajo tu dirección y compañía? nos ayudará a entender que las fuerzas y dirección provienen de la soberanía y gracia de Dios. Él hará el cuidado desde arriba y te invita a usar el cuidado desde abajo. El cuidado del misionero es una necesidad y responsabilidad imperativa. No asumamos que por ser Latinoamericanos estamos más acostumbrados a tolerar ambientes difíciles u hostiles por haber vivido coyunturas políticas, económicas y sociales con un alto nivel de conflictividad.
Dr. Carlos Pinto Psicólogo clínico y familiar. cimcomibam@gmail.com
Director asociado de Cuidado Integral, COMIBAM Internacional.