El Llamado de la Jungla

a_llamado_junglaRon Snell había crecido en las junglas de Perú con sus padres, quienes eran traductores de Wycliffe. A los 17 años, paso una semana trabajando a través de la jungla, ayudando a crear un camino, para que los campamentos se pudieran acercar y tratar de hacer contacto con un grupo no alcanzado.

El reto era que este pueblo, los Matses, realmente no querían tener contacto con extraños. Eran conocidos por seguir gente en la oscuridad y matarlos – particularmente hombres. Secuestraban las mujeres y niños para esposas y esclavos. Harriet y Hattie habían trabajado por seis años tratando de planear alguna forma de llevarles el evangelio. Aun habían aprendido el idioma matses de una mujer que había escapado después de estar secuestrada viviendo entre ellos por once años. Al terminar el nuevo camino, Harriet y Ron, junto con su piloto, Ralph, hicieron un ultimo vuelo sobre el camino para estar seguros de que podrían encontrar nuevos claros desde el aire en caso de emergencia, antes de llevar a las mujeres. “Abajo a tu izquierda,” grite a Ralph. Giro a la izquierda, y yo distraído miraba el fruto de todo nuestro duro trabajo y me preguntaba como un grupo de búsqueda encontraría este lugar nuevamente si Harriet y Hattie estuvieran en problemas. De pronto vi algo moviéndose en el claro. Cuerpos oscuros desnudos salían de la jungla hasta el claro y saludaban ondeando pieles de cerdo. “Harriet” grite, “¡hay gente allá!” Mi corazón golpeaba y mi estomago se endurecía y temblaba desde la cabeza hasta los pies. Ella se emociono en gran manera, hubiera saltado del avión si la ventana no hubiera sido tan pequeña. Ralph descendió un poco y comenzó a dar círculos sobre el claro, para que Harriet pudiera hablar a los indios abajo. Había ocho de ellos, todos hombres hasta donde podíamos ver, ya que es fácil distinguir porque están desnudos, aun desde 500 pies de altura. “Vengan por el camino a encontrarnos,” gritó Harriet en la bocina en matses, aun sin saber si esos eran matses. Ellos seguían ondulando las pieles de cerdo, y Ralph continuaba circulando hasta que Harriet había terminado de hablar, luego volamos directamente a la base.

¿Ahora que? El plan original era de que si encontrábamos algunos indios en el área, Victorino, Eduardo y yo debíamos salir inmediatamente por la reputación de los matses de matar hombres. Lo que no habíamos planeado era ver indios en nuestro claro tan pronto, ondeando pieles de cerdo a nosotros. Consideramos varias opciones y eventualmente decidimos ir y encontrarlos esa tarde. Al menos trataríamos de saber si ellos eran matses y porque estaban allí, asumiendo que todavía estarían allí cuando llegáramos. Victorino y yo rápidamente nos ofrecimos a ir con Harriet y Hattie, cargando algún equipaje básico para ellas. “Necesitas el permiso de tu padre,” me dijo Harriet. “Esto no era parte del plan, tu sabes.” Hablamos por radio a Yarinacocha, les dimos las noticias y esperamos nerviosamente mientras el operador de la radio allá conectaba su radio al teléfono de nuestra casa. Cuando finalmente se escucho la voz de mi padre, le explique la situación y le pedí me dejara ir. No tuve que esperar mucho por la respuesta, aunque no puedo siquiera imaginarme las emociones y pensamientos que debieron haber pasado por su mente. “Tienes mi permiso,” dijo. Luego hubo una pausa breve. “Y nuestra bendición. Estaremos orando por ti.” No sabría hasta mucho después lo que estaba sucediendo en el centro. Inmediatamente todos preguntaron a mis padres que les pasaba. Era una mañana tranquila de sábado en Yarinacocha. Agosto 30 era un día festivo, y yo estaba planchando. Probablemente la única razón por la que puedo recordarlo es porque cuando llego la llamada telefónica, olvide apagar la plancha o siquiera pararla así que deje una marca permanente en un mantel.

La llamada era una extensión de un contacto por radio con nuestro hijo de 17 años en los bancos del Río Yaquerana, y la noticia era electrizante. Desde el avión, habían visto hombres en el claro que Ron y sus amigos acababan de hacer. Era esencial que no salieran antes de hacer contacto. El tiempo era esencial – podría tomar horas para llegar hasta el claro, y ya era medio día. La pregunta era tan inevitable como la respuesta. “Papá, quería pedirte permiso para ir con Hattie y Harriet para ayudarles a llevar sus cosas al claro.” “Tienes mi permiso,” dijo mi esposo. “Y nuestra bendición,” Yo murmure “Y nuestra bendición,” Wayne lo repitió en el teléfono. Sabíamos que esas podrían ser las ultimas palabras que le diríamos a nuestro apreciado hijo que tanto gozo nos había dado y prometía mucho para el futuro.

En minutos alguien marco el código especial para el centro para hacer un anuncio importante. Simultáneamente, los teléfonos sonaron en cada casa. Un día tranquilo estallo en un dia de ferviente oración y paciencia controlada mientras esperábamos una respuesta. De alguna forma, recuerdo apagar la plancha mientras salí corriendo para orar con nuestros vecinos. En la base, Ralph dijo que se que estaría escuchando la radio cada hora, y acordamos hablarle en la primer oportunidad, asumiendo que la radio todavía estaba donde la dejamos en el claro y que estaría funcionando. Habíamos tenido algunos problemas desde que salpicamos miel unos días antes.

Comenzamos a caminar poco antes de las 3:00, sabiendo que debíamos caminar duro para llegar antes de oscurecer. El camino lodoso nos alentaba y nuestros esfuerzos se convirtieron en resbalón tras resbalón. Estaba lloviendo a intervalos. A las 5:30, Hattie decidió que ella nos estaba alentando demasiado y que no sería capaz de seguir caminando el resto del camino esa tarde. Victorino se ofreció a quedarse con ella a mitad del camino, así que dividimos nuestras provisiones en mitades, y Harriet y yo seguimos, contra la oscuridad que comenzaba a caer. Sabíamos muy bien que nunca deberíamos estar caminando en la jungla en la oscuridad, pero temíamos que los indias pudieran irse a la primera luz. Habiéndolos visto tan de cerca, no queríamos que volvieran a desaparecer.

En Yarinacocha, la tarde paso inesperadamente. Inevitablemente llego la noche como siempre en la jungla. Alguien preparo hamburguesas para la familia para cenar. Yo no tenía hambre y no podía quedarme quieta. Nunca tuvimos la intención de que Ron tuviera contacto con los matses. Mucho menos soñamos con hacer contacto en la oscuridad al final del camino que pasaba a través de la jungla. Nadie con sentido común violaría flagrantemente la regla cardinal de sobre vivencia en la jungla: encontrar un campamento antes de oscurecer y quedarse ahí. Pero en algún lado entre la oscuridad y la lluvia, jaguares y anacondas, desconocidos a todos menos al grupo de fieles oradores, un grupo de cuatro personas incluyendo nuestro hijo caminaban con grandes esperanzas en sus corazones y frases de sobre vivencia en sus labios. Todo lo que podíamos hacer era esperar.

Teníamos que cruzar cinco pantanos y no disfrutábamos especialmente balancearnos en puentes de troncos resbaladizos con linternas, especialmente después de haber visto señales de anacondas y otras cosas horribles mientras caminábamos. A las 6:30 estaba oscuro. Cruzamos el último pantano lentamente. Todo nuestro mundo se había reducido a un pequeño circulo de luz de la linterna de Harriet, y me mantuve mirando sobre su hombro para ver donde íbamos. 7:15. estábamos exhaustos, pero nos estábamos acercando, y la adrenalina nos mantenía en curso. Le dije a Harriet que nos faltaban solo cinco o diez minutos, y ella comenzó a llamar en la oscuridad. “Ya venimos. No nos maten. No se asusten.” Una y otra vez. Tranquilamente la dirigí por los últimos 50 pies de camino hacia el claro mientras ella gritaba. Entramos en el claro. Esa mujer tenía nervios de acero, a la menos la fe para seguir adelante.

No había nadie. Las luces estaban encendidas en la torre de control en Yarinacocha. La estática sonaba ininterrumpida. El operador de la radió tenía cada nervio afinado para agarrar cualquier cosa que sonara como voz humana. En las casas de todo el centro los pequeños iban a la cama orando por la seguridad de aquellos en el viaje. Estaba en nuestra sala, cuando las palabras del salmo 139 cruzaron por mi mente, como si hubieran sido habladas audiblemente. Lo habíamos leído durante el devocional familiar el día anterior. No lo había memorizado. Pero ahora lo recordaba claramente: la noche resplandece como el día; lo mismo te son las tinieblas que la luz. De repente todo estaba en paz. Todo mal, pero bien. Dios no tenía problemas para ver a nuestro hijo en la oscuridad. Las luces del cielo alumbraban el escasamente discernible camino, el claro, y los hombres que esperaban ocultos en la jungla – hombres que, orábamos, algún día experimentaran la luz del amor de Dios por ellos mismos.

Exploramos el claro. Habían movido el material y lo dejaron en otro lado, pero no había nada debajo. Todo el material, incluyendo la radio, no estaba. El canoa aun estaba ahí, así que “ellos” seguían aquí. Todavía ocultos en la oscura jungla a nuestro alrededor, observando cada movimiento que hacíamos, esperando para ver que haríamos. De repente la jungla exploto en gritos. Mientras recuperábamos el aliento, veíamos dos luces que salían de la jungla – una era una vela en la mano de un hombre de una edad media y otra un palo encendido cargado por un viejo. Sus cuerpos temblaban completamente. Caminaron lentamente hasta nosotros y pusieron sus manos en nuestros pechos y gritaron el equivalente de “Hey,” y el viejo balbuceo entre otras cosas, en español “No me mates, Padre, estoy asustado.” Harriet trato de hablar con ellos. Pero no escucharon nada de lo que dijo. “¿Son Matses?” finalmente pregunte. “No lo creo,” dijo. “¡Bien!” pensé. “¿Ahora que hacemos? Diles que ha sido un placer platicar, pero que tenemos que irnos y sentimos la confusión?

Las cosas estaban algo revueltas. Harriet estaba tratando de hablar y los dos hombres estaban gritando, a mi me abrazaba un señor anciano que seguía diciendo “no me mates,” y nosotros nos preguntábamos donde estaba el resto del grupo. Lentamente todo se calmo un poco, mientras entrábamos en un callejón sin salida. Obviamente no íbamos a matar a todos, pero no sabíamos lo que haríamos. Los dos hombres comenzaron a hablar mas despacio, y Harriet comenzó a entender lo que estaban diciendo. La vi apuntar al hombre joven. “Ese es mi sweater,” dijo ella, tomándolo de la manga. Yo ni siquiera había notado que lo llevaba puesto, pero lo que atrajo mi atención fue el efecto de Harriet hablándoles en Matses. El se detuvo, sorprendido y sonrío. Ellos, después de todo, ¡eran Matses! Ellos podían entender. Eventualmente los otros hombres salieron de la jungla. Les preguntamos si tenían nuestras cosas, y claro que si. Explicando y haciendo señas, Harriet les pidió traernos al menos nuestra radio, y uno de los hombres fue a traerla. Sacamos la antena esperando que aun funcionara. Eran las ocho de la noche. “492 aquí ET5,” gritamos… no hubo respuesta. “492, aquí ET5,” intentamos otra vez, subiendo al radio. “ET5, aquí Yarinacocha,” escuchamos ligeramente desde 350 millas. Nunca antes habían recibido nuestra señal. “Yarina, aquí ET5. ¡Hemos hecho contacto!” Grite. “Repito, hemos hecho CONTACTO.” Luego respondí una serie de preguntas para asegurar a todos que nos sentíamos seguros. Apagamos la radio para ahorrar batería. Ralph, a 10 millas, nunca nos escucho, así que Yarinacocha envió nuestro mensaje a él.

Fue un milagro. Realmente lo fue. Otro anuncio general se dio a todos en el centro, y espontáneamente nuestros amigos y colegas fueron al auditorio para orar. “Da tus hijos para llevar el mensaje glorioso” Las palabras de nuestra alabanza parecían completamente nuevas.

(Esta noche fue el primer contacto con los Matses, abriendo la posibilidad a presentarles el Evangelio. Lea el resto de esta historia en Llamado de la Jungla por Ron Snell)

Escrito por Ron Snell

Fuente: http://www.oasishgm.org