Nuestro primer paso hacia el campo misionero fue mucho antes de saber o siquiera pensar que algún día serviríamos en un país lejano al nuestro. En febrero de 1993 iniciamos nuestra escuela de entrenamiento misionero en Ciudad Juárez, México. De 1994 a 1997 servimos como personal y directores de dicho programa de entrenamiento durante un semestre del año, y haciendo viajes de corto plazo entre las etnias de México el otro semestre. Nuestras primeras experiencias transculturales fueron sirviendo a los tarahumaras de Chihuahua, los zapotecos de Oaxaca y los tepehuanos de Durango, viviendo entre ellos por varios días en cada viaje. Fueron años de ajustes y experiencias nuevas. Nuestra familia era estable y la relación con nuestra iglesia era buena, aunque un tanto distante. Durante este tiempo también empezamos a crecer en una visión global, ya que empezamos a orar por los no alcanzados dentro de la ventana 10/40 y nos involucramos en los movimientos de oración, «Orando por la Ventana», desde mediados de los años 90.
Nuestro llamado específico a Nepal vino de una manera gradual: En 1994 una amiga mexicana conoció a un nepalés y empezaron a tener comunicación, fue entonces que iniciamos a leer y a investigar más acerca de Nepal. En 1996 surgió un deseo de visitar Nepal y empezamos a hacer oración más enfocada por ese país. Ese mismo año, nuestra amiga se casó con el joven nepalés y de esa manera tuvimos un contacto directo con el país. En nuestros devocionales familiares orábamos por los no alcanzados, pero siempre pasá-16 bamos más tiempo orando por Nepal y leyendo acerca del país. De ese modo empezamos a comunicarle a nuestra hija que algún día visitaríamos Nepal y que viviríamos allí por un tiempo. Poco a poco nuestra hija se iba haciendo a la idea de que iríamos a Nepal, hasta el punto que ella también comunicaba que le gustaría ir y vestirse como la gente de Nepal. En 1997 vino una muchacha de Nepal al entrenamiento para prospectos misioneros que dirigíamos, y aprendimos un poco más de la cultura y del idioma. De esa manera se estableció un contacto más. En ese año sentimos que Dios nos llamaba no sólo a visitar Nepal, sino a vivir allí por un tiempo. Fue así que nos abrimos a la posibilidad de hacer un compromiso de corto plazo para estar en Nepal por dos años, y empezamos a comunicarlo a nuestros líderes, amigos y familiares.
Sabiendo que era algo que estaba en el corazón de Dios, comenzamos a dar los pasos prácticos para ir a Nepal, delegando nuestras responsabilidades ministeriales a otros y haciendo planes para regresar a nuestra iglesia local y cooperar por un tiempo. En el verano de 1998, llegamos a nuestra iglesia; ésta había crecido y aunque la visitábamos cada año, mucha gente no nos conocía. Durante año y medio cooperamos allí, impulsando la visión misionera global y a la vez trabajamos en una escuela y en una oficina de negocios para reunir las suficientes finanzas para los boletos de avión. Durante ese mismo tiempo, iniciamos relaciones para levantar una mejor base de oración y apoyo económico, visitando algunas iglesias y compartiendo nuestra visión con amigos y familiares.
En Abril del año 2000 llegamos por primera vez a Nepal. Desde que llegamos al aeropuerto, toda la gente nos hablaba en el idioma local, creyendo que éramos Nepaleses. A la salida del aeropuerto, fuimos recibidos por nuestro contacto y futura compañera de trabajo, quien nos ayudó a conseguir un taxi para ir a la casa donde nos quedaríamos. Desde el primer día iniciaron los ajustes culturales: no había papel de baño para usar, no todos entendían inglés y no había cubiertos para comer. Uno de los principales ajustes para nues-17 tra familia fue la comida, las diferentes especies e ingredientes usados para prepararla, y por consiguiente, su sabor era totalmente nuevo para nosotros. Mi esposa e hija estuvieron comiendo pan y fruta por una semana. Lo que animó a Beremaya, nuestra hija mayor, a comer fue la novedad de usar la mano en vez de tenedor o cuchara. La ciudad en sí nos parecía diferente, pero nos recordaba el aspecto de varios pueblos y ciudades de nuestro país natal cuando éramos niños; lo moderno y lo antiguo, lo urbano y lo rural se mezclaban. En las calles, autos y animales (vacas y cerdos); calles con pavimento y sin él, gente que vestía ropa «normal» y gente con vestidos típicos. En las casas había algunos aparatos eléctricos, pero no muebles para sentarse.
Para nuestra hija, el mayor choque cultural fue la costumbre que los locales tienen de reírse cuando alguien se cae o se golpea. En el verano normalmente llueve mucho, es la época del monzón, y las calles son muy resbalosas, especialmente las no pavimentadas; por lo que nuestra hija se caía seguido y todos a su alrededor se reían. También, para ella era muy incómodo el hecho de que los locales se molestaban con ella cuando no les respondía en el idioma local, ya que creían que era nativa del lugar. Llegó a un punto en el que ella no quería salir de casa. Para mi esposa, Kabita, lo más difícil fue el estar lejos de sus amigos y familiares. En cuanto a los ajustes locales, lo más difí- cil para ella fue el hecho de que las personas trataran de sacar ventaja de nosotros por no hablar el idioma local. Los vendedores, taxistas y prestadores de servicios trataban de cobrarnos más de lo justo. El hecho de pensar que habíamos venido a este país para ayudar y bendecir a su gente, negándonos de ciertas cosas y derechos, y esa misma gente trataba de aprovecharse de nosotros, era muy difícil para ella.18 Para mí, lo más difícil fue el hecho de no poder hablar el idioma para expresarme con claridad y para enseñar. Durante el primer año, el ver el nacionalismo de muchos de mis compañeros de trabajo del lugar, y su tendencia a recalcar las debilidades de las culturas extranjeras, sin poder dialogar y razonar con ellos por la falta del idioma, me trajo muchas frustraciones.
Tenemos cinco años sirviendo en esta área y varias experiencias muy impactantes. La primera está relacionada con los primeros festivales hinduistas que presenciamos, específicamente durante el festival de la vaca, donde presenciamos a personas «bendecirse», rociando orina de vaca sobre ellos, e incluso bebiéndola. Una cosa es escuchar acerca de lo que se hace en estos países y otra el presenciarla. Hablando de experiencias en nuestro servicio, una de ellas sucedió en una aldea en el oeste del país. Habíamos ido a predicar a una pequeña iglesia local. Al terminar la reunión, los aldeanos hab- ían traído a un hombre endemoniado. Lo traían atado de pies y manos con lazos y lo estiraban con otro lazo atado a su cuello. Lo trajeron a nosotros diciendo que se había vuelto loco y nadie había podido ayudarle. Tratamos al hombre con la dignidad de todo ser humano, pedimos que lo desataran y le ofrecimos agua, la cual tomó con gusto. Empezamos a ministrarlo, hablando y orando con él, mientras los aldeanos miraban asombrados. Descubrimos que él había llegado a ese estado tras el abandono por parte de su mujer, le hablamos de la necesidad de perdonar a su esposa y le explicamos acerca del perdón del Dios Creador a través del sacrificio de Cristo. Finalmente, el hombre se alejó caminando por sí mismo, habiendo decidido no perdonar a su esposa y no recibir el perdón de Dios, sin embargo, pudimos dar testimonio de la verdad y del amor del Señor a la aldea. Durante la fase práctica del primer entrenamiento que dirigimos en el año 2001, viajamos con los estudiantes a la frontera entre Bután y Bengal Occidental. Al regresar descubrimos que varios de los estudiantes habían contraído malaria (paludismo). Entre ellos 19 estaba Lasum Lhomi, una joven de raza tibetana quien luego murió. Esto fue muy difícil para todos y también lo fue el tener que comunicarlo a su familia que no era creyente en aquel tiempo.
En otra ocasión, en un viaje de evangelismo y reconocimiento en la frontera con Tibet, tuvimos la oportunidad de compartir el evangelio con los Lamas (Maestros Budistas) de varias aldeas y tomar té con ellos. Este viaje fue hecho durante el primer cese de fuego entre la guerrilla maoísta y el ejército. Las batallas espirituales más fuertes han tenido que ver con la soledad. El primer año y medio fue muy difícil, especialmente para mi esposa que deseaba tener otro bebé y tuvo dos abortos espontáneos. Ella se sentía muy sola e incomprendida, y en medio de esta situación, su madre murió de cáncer. Aquí cabe mencionar que Dios nos permitió tener nuestra segunda hija, Sarita, en diciembre del año 2001. Ahora nos damos cuenta de que en el ambiente del país impera la soledad y éste es un pensamiento contra el cual luchar. El temor también ha sido algo con lo cual nos hemos enfrentado. Por varios meses, nuestra hija mayor no quiso dormir sola en su cuarto, porque decía que no quería morirse separada de nosotros si los maoístas bombardeaban nuestra casa (en ese tiempo había bombazos ocasionales cerca de nuestra casa). Hace poco más de un año, un compañero de trabajo nuestro murió en una emboscada de la guerrilla y eso trajo mucho temor a viajar, especialmente en mi esposa. Sabemos que hemos venido para cumplir un trabajo que involucra viajar y también sabemos que debemos ser sabios y sensibles a la voz de Dios para saber cuándo movernos y cuándo no. Nuestro trabajo en Nepal es principalmente en el área de discipulado, aunque siempre estamos alertas para evangelizar. La iglesia está creciendo a pasos agigantados, pero una de las necesidades más grandes es un discipulado integral, para que a su vez los nepaleses creyentes puedan discipular su nación. Nuestro deseo es ver 20 a la iglesia madurar y conscientemente influenciar todas las áreas de la sociedad con principios bíblicos. Para ello, estamos trabajando en varios proyectos de entrenamiento para influenciar a los intelectuales del país; uno de los cuales ya iniciamos es la escuela de discipulado para jóvenes universitarios. Hasta ahora hemos podido entrenar a cuarenta y nueve creyentes (solteros y parejas), quienes están trabajando en varios equipos de plantación de iglesias entre diferentes etnias y otros ministerios. En los viajes de la fase práctica del entrenamiento, hemos visto cientos de profesiones de fe y hemos ayudado al establecimiento de diferentes ministerios. Hemos establecido relaciones fuertes con iglesias locales, dentro y fuera de la ciudad donde vivimos, teniendo así la oportunidad de apoyarlos e influenciarlos. Por nuestro testimonio, siete personas han decidido seguir a Jesús y se están congregando en iglesias locales. Hemos dado enseñanza, consejo y ánimo a varios de los plantadores de iglesias. Nuestras mayores frustraciones son las dificultades para obtener visa para permanecer en el país. Uno de los fracasos que henos tenido en el trabajo de discipulado a los que trabajan con nosotros, es que no hemos podido levantar un grupo fuerte para que continúen haciendo el trabajo solos. Aunado a eso, están los continuos desafíos financieros para cubrir nuestros viajes.
MANUAL DE TESTIMONIOS MISIONEROS
Jesús Londoño, editor
Compilador: Jesuel Alves
2005 Primera Edición
Equipo Editorial: Mayra Urízar de Ramírez, Mireya Fayad
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Departamento de Publicaciones
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