Este artículo apareció primero en el libro Let The Earth Hear His Voice (Que escuche la tierra su voz), Copyright 1975, World Wide Publications, Minneapolis, MN, USA. Usado con permiso del Comité Lausana para la Evangelización Mundial. El título que se me ha asignado parece implicar la existencia de un sistema concreto religioso, llamado el animismo – algo que se pudiera comparar, por ejemplo, con el hinduismo o el budismo, no sólo para fines de descripción y estudio, sino como un asunto que exige el desarrollo de una estrategia para abordar la evangelización. Siendo que el mayor número de puertas actualmente abiertas al evangelio están entre los pueblos animistas, la inclusión de este tema es indudablemente apropiada a pesar de cualquier problema intelectual que el título pueda suscitar. Por tanto, para evitar la pérdida de tiempo debatiendo la semántica en nuestras sesiones, conviene un preámbulo.
El Animismo
Algunos estudiosos prefieren subdividir el animismo y hablar de los distintos elementos—el shamanismo, el fetichismo, la adoración de ancestros, etc., tratando a cada uno como una religión en sí, evitando así del todo el animismo. Esto puede tener ciertas ventajas descriptivas, hasta el momento en que uno encuentre que estas divisiones no son independientes. Varios de estos elementos pueden estar entrelazados y sus practicantes pueden tener papeles multifuncionales. Hallamos, entonces, que los “sistemas religiosos” son apenas distinciones funcionales dentro de lo que de hecho parece ser un sistema religioso general, sin más diversidad interna que el hinduismo o el budismo. Y esto nos trae de nuevo al concepto del animismo.
El término “animismo” ciertamente es preferible a “religiones tribales”, ya que el animismo es activo en grandes ciudades como Los Ángeles, Nueva Orleans y São Paolo, y tiene muchos aspectos no tribales. Es preferible también a “religiones primitivas”, ya que no es primitivo ni cronológica ni conceptualmente; de hecho, se mantiene vivo en la actualidad, y es a menudo bastante sofisticado. Sin embargo, debemos reconocer que estamos usando la palabra como un término de conveniencia para dar un marco de referencia a nuestras discusiones, con el supuesto de que el animismo es un “sistema” filosófico lo suficientemente independiente entre los religiosos como para justificar que consideremos una estrategia evangelística para ganar a sus seguidores para Cristo. Esta es precisamente la misma situación en la cual se hallarán los miembros de los demás grupos de discusión, ya que el hinduismo, el islam y el budismo también se pueden manifestar en una gran diversidad de formas sistemáticas.
El uso popular del término “animismo” se debe a E. B. Tylor (1871). Él no le dio el significado técnico que adquirió más adelante por parte de los religionistas comparativos de “una clase de religión” sino que lo usó para denominar “la doctrina profundamente subyacente de seres espirituales, que expresa la misma esencia de la filosofía espiritualista en contraste con la materialista”. Fue para él una “definición mínima de la religión” que concebía el estilo de vida animista como la aceptación de la realidad de fuerzas y seres espirituales en contraste con la perspectiva materialista de la vida. “En su desarrollo pleno,” afirmó Taylor, formula creencias concretas en tales nociones como el alma, el estado futuro, deidades controladoras y espíritus subordinados, especialmente cuando estas creencias resultan en “alguna clase de adoración activa.”
Creo que éste es un planteamiento realista, porque nos permite hablar del animismo y la religión bíblica en el mismo marco filosófico o conceptual y sopesar el uno contra el otro, y así comprender lo que significa el compromiso cuando el animista de nuestros días llega al “momento de la verdad” y hace su decisión para Cristo. De esta manera, la frase “la evangelización del animista” nos habla de una categoría identificable de comunicación y respuesta. No estamos tratando con secularistas ni con agnósticos científicos, a quienes tendríamos que acercarnos por otro camino para testificarles. El animista y el cristiano tienen una cosa en común – ambos aceptamos la perspectiva espiritual de la vida. No es necesario convencerle de la existencia de lo sobrenatural. Esto abre muchos caminos al diálogo, aunque al mismo tiempo nos expone a muchos problemas y peligros, los cuales examinaremos próximamente.
A pesar de la gran variedad de categorías, formas y funciones que se puedan identificar en el estudio de las comunidades animistas, y que nos obligan a confesar que quizá cada comunidad animista es diferente a todas las demás, creo firmemente que el animismo se puede examinar como una entidad cohesiva, y que se pueden identificar suficientes universales como para permitir que discutamos la evangelización de este tipo de comunidad en términos generales. Creo que podremos hablar de tribus en las selvas de Africa, en las montañas de Nueva Guinea o en los “hoganes” de las mesas de Nuevo México bajo este rubro – y en gran parte también de los cultos de drogas de Hollywood. Por tanto, mi propósito es generalizar hasta donde pueda y delinear algunos puntos problemáticos comunes para la discusión de grupo, en lugar de diversificar un tipo de animismo para contrastarlo con otro. Espero que la diversidad se haga patente en nuestras discusiones.
Bien sea el evangelista proveniente de una iglesia joven o de una antigua, si está testificando a nivel transcultural, esperará dejar establecida alguna clase de iglesia autóctona al terminar. Este grupo de comunión tendrá que ser el Cuerpo de Cristo ministrando la mente, el toque y el corazón de Cristo en el mundo cultural y animista donde habita. El evangelismo no es meramente ganar a los individuos, sino también incorporarlos en grupos locales de comunión contextualizados. Por tanto, antes de enumerar los puntos problemáticos comunes, debo examinar la base de datos bíblica de la cual parto.
La teología bíblica del animismo
Desde la perspectiva bíblica, realmente no existe una taxonomía de religiones para el estudio comparativo. Ni siquiera el hinduismo ni el budismo tiene ninguna base bíblica como religión. Para el pueblo de Dios, existe un solo Dios, y todos los que no le sirven a Él caben en una sola categoría. Aunque hay suficientes datos en la narración bíblica para escribir todo un libro de texto sobre el animismo, la práctica común de clasificar las religiones, con el animismo a un extremo y el cristianismo al otro, como si se tratara de una escala evolutiva de desarrollo, no concuerda ni con las Escrituras ni con los datos antropológicos.
Claro que puedo abrir las Escrituras y leer acerca de las deidades con las cuales tuvo contacto el pueblo de Dios de vez en cuando en sus vagancias – de Dagón, de Quemós, de Moloc, de Tamuz y de Bel. También aprendo acerca de sus enfrentamientos con cultos de fertilidad, de libaciones y sacrificios paganos de inhumanidad ceremonial como el infanticidio, de hacer tortas a la Reina del Cielo, y de la adoración de las lisas piedras redondas del valle. Hay de todo – desde actos rituales individuales y domésticos hasta asambleas nacionales y la adoración de dioses nacionales de guerra – ritos celebrados en campos, al lado del camino, en arboledas y lugares altos y en grandes templos. Hallamos la adivinación, la nigromancia, la hechicería y numerosas ideas más incluídas en la palabra bíblica “idolatría”. Podríamos dividir el sistema animista entero de la palabra bíblica en categorías para el estudio, pero a fin de cuentas, la Biblia las relega a todas a una sola categoría en los primeros dos mandamientos (Ex. 20:2-6) – cualquier cosa que usurpara el lugar del Señor en la vida de Su pueblo y que se colocara en el puesto de Dios se agrupa como “contra Él” e idólatra.
Sin embargo, al considerar el mundo de los tiempos bíblicos – los dos milenios antes de Cristo y el primer siglo cristiano después – descubrimos que es muy similar al nuestro. El pueblo de Dios opuso resistencia a todas las formas que hallamos en las misiones cristianas hoy en día, a todo nivel – particular, doméstico, campesino y nacional. Las características de cada uno de estos niveles se repiten a través de la historia según el estilo de vida de la gente a cada nivel correspondiente, y no encajan en una escala cronológica evolutiva desde lo sencillo hasta lo sofisticado. La Biblia trata tanto grandes religiones como religiones tribales, con sus tradiciones tanto sencillas como complejas, orales y escritas – y las clasifica todas bajo una sola rúbrica tanto en el Nuevo como en el Antiguo Testamento (Ex. 20:2-6; Ro. 1:19-25).
En esta tesis, quiero hablar de la evangelización en un sentido más amplio que sólo conducir a los individuos a un acto de “decisión para Cristo”. Es esto, por supuesto – pero también es más. Implica tanto un paso de compromiso como una experiencia de consumación, por medio de los cuales el Espíritu da testimonio al espíritu del convertido de que ya es hijo del Padre, y si es hijo, también es heredero por medio de Cristo (Gá. 4:6,7) – para que la bendición de Abraham llegue a los gentiles, o los paganos, por medio de Cristo, recibiendo así la promesa del Espíritu por fe (Gá. 3:14). Es un proceso, sacándolos del paganismo – definido aquí por Pablo como “el servicio a los que por naturaleza no son dioses” (Gá. 4:8). El cuadro que tenemos aquí de la conversión del paganismo es de un proceso – una experiencia contínua.
La adopción a la familia de Dios introduce al convertido en una experiencia de grupo. Algún tipo de incorporación al grupo de comunión siempre forma parte del proceso de la evangelización. Esto se ve claramente en los primeros versículos de 1 Juan 1, donde el testimonio (vv. 1,2) conduce a participar en la comunión del grupo (v. 3), y desde ese versículo en adelante, Juan no habla de un individuo aislado, sino del individuo en contexto, es decir, en un estado de comunión (vv. 6,7).
Ahora bien, al considerar la evangelización del animista, se debe recordar que no estamos tratando con individuos aislados, sino con hombres traídos de muerte a vida dentro de un grupo de comunión. No podemos escapar la verdad de que para darle a un hombre el Evangelio de la salvación personal se exige la incorporación a un grupo de comunión como fenómeno concomitante. La evangelización implica la existencia, o el plantamiento, de una iglesia.
La evangelización del animista
La conversión del animista y su integración a la comunión del grupo de creyentes nos lleva a cada uno de los siguientes problemas, los cuales he conceptualizado antropológicamente porque pienso que ésta es la mejor manera de abrir el tema para nuestras discusiones. Esto me hace recordar la pregunta que hizo Henri Maurier, “¿No es cierto que a cada teología la debe acompañar, en contrapunto, una antropología lo más definida posible?” No basta con que el apóstol sepa lo que Dios ha dicho, sino que también debe comprender a la gente a quien le lleva la Palabra.
Prestemos atención al problema del encuentro.
El animista no puede entrar en la fe cristiana por casualidad. Es cierto que se puede acercar al margen de una congregación como espectador interesado, y tal vez aun llegar a ser lo que a veces llamamos un “simpatizante”, y puede ser que de esta manera caiga bajo la influencia del Espíritu de Dios y sea conducido a un compromiso enérgico, pero el cambio del paganismo a la fe cristiana es un acto definido y claro, un cambio específico de vida, una “salida de algo” y una “entrada en algo muy diferente”, un cambio de lealtades – o en la analogía bíblica, un cambio de ciudadanía (Ef. 2:12,13).
La idea de hacer un acto definitivo de compromiso con el Señor es un concepto bíblico tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, y por lo general era acompañado por algún tipo de demostración ocular del compromiso. El libro de Josué termina con tal clase de episodio (24:15) – “Escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová.” Aquí, pues, tenemos un verdadero encuentro de religiones. Se presentan tres opciones – el animismo ancestral, o el animismo actual del ambiente de la tierra donde se hallaban, o el Señor Dios. Entonces, después de una discusión pública (sin que se les presione de ninguna manera) se toma la decisión y enseguida Josué exige una demostración de su decisión. “Quitad, pues, ahora los dioses ajenos que están entre vosotros, e inclinad vuestro corazón a Jehová Dios de Israel.” (v. 23) Se hace un pacto en Siquem, y se levanta una piedra como testigo del acto de compromiso (vv. 26,27).
¿No sucedió así en los días de Éfeso del Nuevo Testamento? El movimiento popular entre los que habían practicado la magia llevó a la quema pública de su literatura mágica – y fue tan grande la fogata que el valor de los libros quemados fue de 50,000 piezas de plata (Hch. 19:18,19). Nótese que esta demostración fue tanto un acto de entrega como un acto de rechazo, un encuentro espiritual. De hecho, el antropólogo, Van Gennep, lo hubiera denominado un rito de separación, porque marcaba la partida definitiva de una antigua vida y estatus, antes de entrar en una nueva vida. ¿No fue a estos mismos Efesios que Pablo así lo expresó? “Despojaos del viejo hombre” (v. 22) y “vestíos de nuevo hombre” (4:24) – “despojaos” y “vestíos”, así como se cambia la ropa.
La evidencia bíblica de esta demanda de compromiso con Cristo en alguna forma de encuentro dramático muestra al convertido demostrando que el antiguo camino ya no tiene poder sobre él, y que de ahora en adelante es un “hombre de Dios”. Así, Pablo, con el fin de animar al joven Timoteo, le llama, “oh hombre de Dios”, comprometido a pelear la buena batalla de la fe y luchar para alcanzar la perfección cristiana (1 Ti. 6:11; 2 Ti. 3:17).
En el mundo animista actual, la demostración pública, o el rito de separación, varía con el ambiente cultural – la quema de los fetiches, el entierro de las calaveras ancestrales, el lanzamiento de la parafernalia sagrada al mar o al río, el comer el pescado o animal prohibido tótem, según el patrón de su animismo. Éstos son equivalentes culturales al levantamiento de la piedra de testimonio por Josué y a la quema de los libros por los magos efesios. Esto es simbolismo, pero va más allá del simbolismo. Sicológicamente, la decisión del hombre de guardar un pacto se fortalece por medio de una confesión pública y por hacerla como grupo de convertidos. “¡Díganlo los redimidos de Jehová!” dijo el salmista (107:2).
El rechazo simbólico del antiguo camino no sólo implica un encuentro religioso, sino que de ese momento en adelante sirve como un recordatorio del acto de rechazo que es lo único que puede salvar al convertido del sincretismo o del politeísmo. Fue justo sobre este punto que Pablo estuvo en conflicto con los corintios cristianos, a quienes les parecía más fácil incluir a Cristo en su panteón pagano que rechazar ese panteón para Cristo. “¡De ninguna manera!” dice Pablo, “No podéis beber la copa del Señor, y la copa de los demonios” (1 Co. 10:21). Y es precisamente en este punto donde la misión moderna entre los animistas se vuelve o realmente cristiana o sólo otra clase de animismo.
Prestemos atención al problema de la motivación.
El animista puede interesarse en el cristianismo por muchas y variadas razones – algunas buenas y otras malas. Muchos factores pueden llevar a un campo de trigo a madurez para la cosecha. Sin duda, a todos nos interesa toda persona que quiera acercarse a la iglesia, pero es inevitable que surjan problemas si el evangelista acepta todo acercamiento como sincero sin hacer una evaluación de la motivación fundamental; por ejemplo, puede ser por una razón tan materialista, como el hecho de que en vista del poder bélico de los ejércitos y fuerzas navales occidentales, el individuo decida que sería mejor que la religión de estos extranjeros poderosos esté de su parte y no en su contra.
Muchos supuestos convertidos malentendieron tanto el cristianismo mismo como la salvación que proclama. También malentendieron sus propias necesidades. El libro de los Hechos (Cap. 8) nos da un buen ejemplo del problema. Superficialmente, la conversión de Simón, el mago de Samaria, fue bastante genuina cuando se acercó a Felipe y creyó (vv. 9-13). Sin embargo, poco después, al ser confrontado con el ministerio de Pedro y el don del Espíritu, se nota inmediatamente que Simón malentendía completamente la naturaleza del Evangelio debido a su motivación errada. Creía que podía comprar el don de Dios con dinero (vv. 18-24).
Los animistas a veces responden porque la misión cristiana ofrece un ministerio de sanidad que parece ser más efectivo que la de sus propios shamanes y curanderos. Hay jefes animistas que hasta han invitado a los misioneros a vivir entre ellos con el fin de tener una tienda en su comunidad, lo cual da garantías de un surtido constante de cuchillos de acero, anzuelos, clavos [puntillas] y hachas, cosas que no sólo son útiles, sino también son símbolos de riqueza y estatus tanto para el jefe entre los demás jefes como para la tribu entre las demás tribus.
La motivación para aceptar el cristianismo naturalmente afecta su concepto del cristianismo, el carácter del Evangelio, la naturaleza de su ética cristiana y su concepto de la responsabilidad cristiana.
Permítanme darles un ejemplo del problema, así como lo encontré repetidas veces en Papúa Nueva Guinea. Uno de los problemas grandes allí es el del Culto de Cargamento. Aun ocurre donde ha habido programas extensos de educación pre-bautismal. En efecto, es posible que el tiempo exageradamente prolongado de preparación en sí ha hecho que el bautizo parezca la meta final en lugar de ser el comienzo de una experiencia de formación y crecimiento. Da la impresión de que los convertidos “han logrado el éxito”, como quien dice. Se acercaron con entusiasmo inicialmente, pero ahora quieren abandonarlo todo y unirse a sectas sincretistas que niegan mucho de aquéllo que se les enseñó. Conocí a un joven nativo que me lo expresó de la siguiente manera: “Hace algunos años me hice cristiano porque quería alcanzar el estatus y la riqueza del hombre blanco. Quería un buen empleo con un buen sueldo y una casa como tienen los blancos. Trabajé duro en las instituciones educativas misioneras y fui bautizado. Pero ahora todo se me hace vacío e inútil.” El joven estaba completamente desilusionado con el cristianismo porque su motivación fue errada desde un comienzo. Sus consejeros espirituales no se habían percatado de esto. Habían interpretado su diligencia como un cambio de comportamiento nacido de la conversión. Ahora es un buscapleitos en potencia.
También leí un informe de un misionero que había compartido de todo con un colega nativo de Nueva Guinea – un pastor nacional – en quien confiaba incondicionalmente. Después de muchos años, el pastor, reconociendo la transparencia del misionero, le preguntó, “Ahora que hemos compartido todo, no me contarás los secretos que te dio Jesús?” El misionero quedó pasmado al descubrir que aun su colega pastoral tenía lo que se llama “la mentalidad de cargamento”, que ha de haber estado presente en su mente desde la motivación que originalmente le atrajo al cristianismo. Una causa principal de los Cultos de Cargamentos es que los convertidos han tenido expectativas erradas del cristianismo.
No quiero dar a entender que todas las conversiones del animismo son así – eso no es cierto. Hay miles y miles de cristianos maravillosos que realmente conocen a Jesús como Señor. Sin embargo sigue siendo cierto que nunca hemos enfrentado el problema de la motivación cuando la persona primero se acerca para recibir instrucción. Debemos hacernos la pregunta: ¿Cuál debe ser el papel del consejero pastoral cuando el convertido en potencia se acerque por primera vez para responder al Evangelio?
Prestemos atención al problema del significado.
Pablo y Bernabé curaron al cojo en Listra en nombre del Evangelio después de proclamar la Palabra, pensando que por ello sería alabado el nombre de Dios. La gente entendió por este acontecimiento que los dos evangelistas eran los dioses griegos, Mercurio y Júpiter, antropomorfizados, y sacaron su parafernalia religiosa junto con unas bestias para sacrificar, con el fin de hacerles culto – lo que Pablo y Bernabé menos querían (Hch. 14:8-13) – y, de hecho, fue prácticamente imposible evitar que cumplieran con su propósito (v. 18). En este caso, surge el problema del significado. La proclamación, sin duda, fue hecha fielmente, pero tristemente, fue malinterpretada.
La antropología ofrece algunas sugerencias para el evangelista en este campo de la comunicación – al menos para indicar por qué puede ocurrir tal cosa. Permítanme enumerar algunas, para fines de la discusión.
El caso bíblico que acabo de citar representa una confusión que surgió de la cosmovisión de los oyentes. Habiendo atestiguado el milagro – que sobrepasaba los poderes normales de la ciencia que ellos conocían, y por tanto, tenía que deberse a factores sobrenaturales – lo interpretaron a la luz de su propia mitología. Todo misionero transcultural topa con este problema tarde o temprano. Es el problema de la traducción y la interpretación de las Escrituras. Cada palabra elegida – la palabra para Dios, para el Espíritu, para el Hijo de Dios, para el pecado, para el amor, para la oración, para perdonar, viene de una cosmovisión no bíblica, y tiene potencial para que se comprenda mal el significado. Si existe este problema para el evangelista que habla el idioma de los oyentes, es doblemente difícil para el evangelista que no ha aprendido el idioma, sino que depende de otra persona para servir de mediador entre él y su audiencia.
El significado del mensaje también se puede distorsionar por la imagen del evangelista a los ojos de su audiencia. Fue por esta razón que los misioneros occidentales a la China antes de los días del comunismo fueron vistos como imperialistas y capitalistas, aunque ellos mismos no se percibían de esa manera. Como lo expresó un estudioso, ellos se volvieron esenciales para la revolución, para que se pudiera rechazar el cristianismo. Conozco los escritos de un sitio donde los misioneros laboraron durante 16 años sin un convertido, viviendo vidas devotas e industriosas, y por esa misma industria, dando a entender que la salvación era meramente un Evangelio de trabajo y comercio esmerado – lo que menos deseaban comunicar.
Además, la conceptualización del evangelista de su mensaje puede afectar el significado que se le atribuya. ¿Proclama una fe proféticamente o enseña de manera filosófica? ¿Viene la enseñanza de las Escrituras envuelta en una vestimenta extranjera o denominacional? ¿Es presentada como un código moral y legal, o es orientada hacia el gozo del Señor y la gloria de Dios? ¿Se dirige a los problemas del evangelista, o a las necesidades que sienten los oyentes? Los animistas han venido de un mundo de encuentros de poder, por lo cual se supone que les hace falta un Dios que hable y se manifieste con poder. La predicación de un Evangelio puramente ético difícilmente podrá inspirar a tal pueblo; por otra parte, la vida transformada por un Dios de poder conducirá a una nueva ética. ¿Por qué retienen los personajes carismáticos de tantos movimientos nativistas el uso de la Biblia en las prácticas de sus sectas? Varios profetas han hablado sobre este punto. Reconociendo el poder de la Palabra, han señalado que los misioneros de cada denominación interpretan la Palabra a su manera, y preguntan, “¿Por qué no podemos hacerlo nosotros a nuestra manera?” Y esto mismo hacen – a la luz de su mitología.
Concluimos, entonces, que hay tres puntos en los cuales el mensaje de la Palabra se puede confundir en la comunicación: (i) por el lado del que aboga (el evangelista), (ii) por el lado del que acepta (el convertido), y (iii) en el mensaje mismo (el énfasis teológico del evangelista). Ya no podemos correr el riesgo de enviar a misioneros [de ninguna parte del mundo] sin algo de capacitación transcultural, y obviamente, se supone que deben ser intérpretes competentes de la Palabra.
Prestemos atención al problema de la estructura social.
A primera vista, podemos preguntarnos qué tendrá que ver la estructura social con la evangelización. Esto es porque muchos de nosotros somos individualistas y suponemos que todos deben hacer las cosas como las hacemos nosotros. Pero los pueblos del mundo no tienen patrones sociales de comportamiento idénticos entre sí. Esto crea problemas cuando se trata de la evangelización transcultural. Es posible que la gente a la cual se dirige el evangelista organice su vida diaria de una manera muy diferente a como lo hace él, y él debe recordar que el proceso de la evangelización debe llevar a la formación de grupos de comunión [iglesias], y que éstos deben ser autóctonos y no foráneos en su estructura. Como mínimo, el misionero debe ser consciente de la estructura social, y reconocer que el Espíritu Santo puede usar costumbres diferentes a las de él. Permítanme citar dos ejemplos de la importancia de la estructura social en la evangelización.
La mayoría de las sociedades animistas tienen una orientación comunal; tienden a operar en grupos homogéneos. Estos grupos, obviamente, no ignoran al individuo. Él sigue siendo un individuo dentro del contexto de grupo, sin embargo los grupos son multi-individuales. Las discusiones con el fin de tomar decisiones sobre asuntos de importancia se alargan por mucho tiempo hasta llegar a un consenso. Esto puede ocupar mucho tiempo, pero elimina el problema creado por la “decisión de la mayoría” que niega algunos derechos de la minoría que pierde en la votación. Estas sociedades comunales tienen un alto grado de responsabilidad social, y muchas veces el evangelista extranjero individualista tiene problemas con el proceso de tomar decisiones en grupo. Los grupos existen a diferentes niveles de la organización social, y la autoridad para tomar decisiones reside en diferentes niveles – p. ej., tomar decisiones en asuntos domésticos, de agricultura, religión, política y guerra puede ser la responsabilidad de los miembros de un hogar, de la familia extendida, de la aldea o del clan. Es importante que el evangelista se entere de esto porque el comportamiento manifestado por un grupo multi-individual al dejar el paganismo para seguir a Cristo tendrá la apariencia de los movimientos populares – hogares, aldeas, iguales de edad, familias extendidas o clanes, de acuerdo a su organización social normal. De no ser así, no tendría sentido para la gente.
No hay nada extraño ni antibíblico en esto. En la experiencia de los apóstoles, las aldeas rurales de Palestina a menudo “se convirtieron al Señor” como comunidades enteras, como Sarón y Lida (Hch. 9:35). En cambio, en otros casos como el del centurión de Filipos (Hch. 16:30-34) y Crispo, el principal de la sinagoga en Corinto (Hch. 18:8), todos los miembros de una casa se volvieron cristianos como grupo entero. Se estaban comportando de acuerdo a los mecanismos operativos sociales normales de su vida cotidiana.
De la misma manera, aquéllos que responden en estos movimientos en grupo deben ser formados en grupos de comunión o en iglesias; la forma de operación de éstos debe reflejar o por lo menos ser compatible con sus estructuras conocidas. Esto se aplica en particular a cualquier tipo de liderazgo introducido. Por ejemplo, un error común que se comete al plantar iglesias a nivel transcultural ha sido el de nombrar un líder cristiano joven (porque sabe leer y tiene algo de educación) sobre una nueva comunidad cristiana formada en una sociedad gerontocrática, normalmente dirigida por un concilio de ancianos, donde los valores fundamentales son la madurez, la experiencia y las canas. Es así que la evangelización de esta gente produce una innecesaria y lamentable manzana de la discordia.
Estas dos ilustraciones, con respecto a tomar decisiones y al liderazgo, servirán para hacer ver que la evangelización efectiva requiere que la iglesia sea autóctona desde el comienzo y que entre más estructuras organizacionales foráneas se impongan en una situación de plantar iglesias, más problemas quedarán para la siguiente generación que debe navegar el paso “de misión a iglesia”, la cual puede ser una experiencia dolorosa.
Prestemos atención al problema de la incorporación.
Una de las evidencias del evangelismo bíblico legítimo es la provisión de una manera para incorporar a los convertidos en la comunión de los creyentes. La Biblia demuestra esto de varias maneras. En primer lugar, hay pasajes, como la introducción a la primera carta de Juan, en las cuales el concepto de “testimonio” (vv. 1,2) se asocia con el de la comunión (v. 3). La Gran Comisión en sí no termina con “Id y haced discípulos”, sino sigue diciendo “bautizando y enseñando” (Mt. 28:19,20). Para fines de estudio, separamos estos textos, pero en realidad forman un todo. El análisis debe ser ajustado por la síntesis; de no ser así, nuestra evangelización será apenas parcial.
En segundo lugar, la idea de la comunión es crucial en el argumento bíblico. Es cierto que podemos hablar de la evangelización como el proceso de llevar a los individuos a un encuentro cara a cara con Cristo, pero no podemos dejar las cosas así porque así no las deja el Nuevo Testamento. Cristo es, sin duda, lo Máximo, y en ese sentido, no nos hace falta más que estar con Él. Pero para este momento en que él ha nacido, el creyente debe ser incorporado en algún grupo definido de comunión, la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo. En la historia de la Iglesia primitiva (Hechos) y las epístolas que nos hablan tan extensamente de su vida interior, la configuración que unifica todo estructuralmente es la Iglesia – bien sea a nivel teológico, la Iglesia universal, o a nivel práctico, la iglesia local. Si uno elimina ese concepto del Nuevo Testamento y busca una colección desincorporada de gente aislada que había conocido a Cristo, pronto se desilusionará. La actividad y teología cristianas siempre se mencionan en forma colectiva – los cristianos son “conciudadanos”, “miembros de la familia de Dios”, un “sacerdocio”, una “nación”, “la grey”, una “comunión”, “miembros del Cuerpo”, o “la iglesia que está en…” [tal parte].
Por tanto, la formación de comunidades espirituales o plantamiento de iglesias forma parte de la evangelización. Justo al comienzo de Hechos (1:13,14), tenemos un grupo de comunión en oración, y enseguida vemos un cuerpo que adora, testifica y crece (Hch. 2:46,47), que se reúne para la instrucción, la comunión, para partir el pan y para la oración (2:42). De esta manera la Iglesia es Su Cuerpo, llevando a cabo Su ministerio hoy en día, y si la evangelización no significa esto, es defectuosa.
Para pasar de esta base bíblica a la situación en el mundo animista, donde las personas ganadas para Cristo en comunidades que tienen una vida social y valores completamente diferentes a los de la cultura del evangelista, éste debe considerar qué es lo que necesita hallar el animista en el grupo de comunión del cual forma parte. ¿Cómo consigue en su propio mundo esta nueva experiencia cristiana de pertenecer, para que llegue a ser un miembro del Cuerpo de Cristo que participa, adora, testifica y sirve? Anticipo un intercambio provechoso sobre este asunto, no sólo para proveernos de unas opciones valiosas para el ministerio en tales situaciones, sino también para ayudar a los evangelistas transculturales en general a tener una apreciación de un problema que muchos ni siquiera han considerado.
Prestemos atención al problema del vacío cultural.
Durante los últimos diez años he podido visitar un gran número de iglesias jóvenes, cuyos miembros han llegado a Cristo de trasfondos animistas. Además del amplio espectro de diferencias culturales entre estas iglesias, también hay unas diferencias espirituales notables. Algunas de ellas, aunque muy extrañas para mí cultural y lingüísticamente, estaban evidentemente llenas de vida, creativas en su adoración, empleando sus formas autóctonas de música y arte con entusiasmo, y prestando ministerios reales de servicio en el mundo animista que les rodeaba. Otras, en contraste, han sido todo lo opuesto. Han intentado desarrollar la adoración según los patrones más comunes en el occidente, cantando himnos occidentales y adquiriendo muchos de los elementos materiales del denominacionalismo europeo. Estas iglesias no encajan en sus propios mundos. Cojean como si estuvieran al punto de fallecer, como si trataran de ser lo que realmente no son. En algunos casos el liderazgo es enteramente extranjero, y hay poca, si acaso, participación congregacional, y económicamente su obra se hace posible únicamente por el apoyo de fondos del extranjero. Si tienen un pastor nacional, es apenas una copiecita del misionero extranjero. ¿Cómo puede verse esta iglesia como el Cuerpo de Cristo, ministrando la mente, el corazón y la Palabra de Cristo al mundo animista a su alrededor? En cien años de existencia [esta iglesia] no ha tenido más de cien miembros y actualmente no está creciendo. La verdad es que los programas cristianos de evangelización usados durante el último siglo de misiones cristianas produjeron estas dos clases de iglesias. Y creo que en cada caso su carácter [como organización] fue formado casi siempre en los primeros días cuando se estaban estableciendo los primeros grupos de comunión. Creo que la mayoría (no digo que todos) de los problemas de segunda generación tienen sus raíces en que no hubo un seguimiento adequado después del despertar religioso original. Entre los expertos en el crecimiento de la iglesia, solemos decir que “El movimiento masivo tiene que ser efectivamente consumado.”
Uno de los problemas de hacer un seguimiento de un gran movimiento del Espíritu de Dios que lleva a muchas personas a Cristo es que no solamente hay que integrarles en un grupo cristiano, sino tambíen hay que asegurarse de que sea estructurado en una forma autóctona y contextualizada, en el cual ellos puedan participar a su manera. Entonces, por ejemplo, un convertido de Papua Nueva Guinea no debería sentirse obligado a volverse americano o australiano para ser cristiano. Lingüística y culturalmente debe ser un cristiano papú. El grupo de comunión debe ser igualmente papú. La participación de los miembros – su oración, adoración y ministerio de servicio – también debe ser papúa. Un músico dotado de Nueva Guinea, al volverse cristiano, debe convertirse en un músico cristiano papú, etc..
Si nos metemos en una situación donde los evangelistas descartan todos los valores culturales y las artes creativas indígenas en base a la presuposición de que todos son incompatibles con el cristianismo por haber sido usados anteriormente para propósitos paganos (como de hecho argumentan muchos evangelistas) tendremos gente creativa que ya no puede crear, y participantes en potencia que no pueden participar, y dentro de poco los vacíos culturales que hemos creado se hacen sentir. Los Cultos de Cargamento se deben sólo en parte a la dominación extranjera; también se deben a los vacíos culturales. Aquéllos que se consideren llamados al evangelismo deben recordar que la evangelización no ocurre en el vacío.
El problema del mantenimiento (así denominó el antropólogo F.E. Williams la preservación de las técnicas y valores tradicionales en una situación de cultura en transición), desde luego, implica un juicio de valores – ¿puede éste u otro elemento ser preservado y hecho verdaderamente cristiano? O, por su mantenimiento, ¿producirá sincretismo en la iglesia? El Nuevo Testamento nos advierte que no podemos evitar este problema y que debemos hacerle frente con decisión. Por eso, inicié esta declaración afirmando, “Preste atención al problema del encuentro.” Pero aun así, después de haber encarado el compromiso básico con Cristo, quedará una forma autóctona de vida que vale la pena ganar para Cristo. Debe ser posible que un hombre tribal de Africa, por ejemplo, o de Nueva Guinea, sea cristiano sin sentirse obligado a renunciar a su tribu. Tiene que ser así o si no, nunca podríamos esperar esa “gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero” (Ap. 5:9) en aquél día.
Le pregunté a un hombre tribal, miembro de una etnia que había llegado al cristianismo del animismo, pero cuya vida cristiana era blanda y ajena a su medio y de poco impacto en el mundo que le rodeaba, “¿Qué pasó con tus habilidades tribales?” Me dijo con tristeza que habían desvanecido y que por eso sentía que su vida estaba vacía. Estaba sintiendo el vacío cultural. Algo en su interior clamaba por ser creativo. Había descubierto otra iglesia cristiana en su país que empleaba el arte y las artesanías autóctonas para la gloria de Dios, y sentía que se le había robado algo valioso a su tribu. Surge de nuevo una pregunta fundamental: ¿Qué quiere decir para la persona convertida del animismo ser un cristiano en un mundo animista? y ¿qué significa ser miembro participante en un grupo de comunión de animistas convertidos? Esto es aplicable a más que el arte y las artesanías. ¿Cómo enfrenta el animista convertido las necesidades físicas y espirituales que manan del estilo de vida tribal – problemas de peligro, de muerte, de enfermedad o de brujería – y ¿cómo se descubre la voluntad de Dios para él?
La evangelización no termina con la oferta del Evangelio, ni con la conversión del individuo, sino con la formación de una comunión perdurable, que es el Cuerpo de Cristo en ese mundo en particular.
Escrito por Alan R. Tippett
Alan R. Tippet fue misionero en las islas Fiji por más de 20 años. Su obra Solomon Islands Christianity (El cristianismo de las islas Salomón) ha sido elogiada como clásica tanto por misiólogos como por antropólogos. Tippett fue posiblemente la primera autoridad a nivel mundial en la materia del animismo. Antes de su muerte a la edad de 77 años en 1988, fue Profesor Emérito de Antropología y Estudios Oceánicos en la Escuela de Misiones Mundiales del Seminario Teológico Fuller.
Este artículo es Capítulo 91, pp. 623-631 [de un libro desconocido]
Traducido por Esteban & Eida Irwin, 3 dic. 2001, para el uso interno del Instituto Misionero Transcultural, Chihuahua, Chih., México