Las tierras que se encuentran bajo el signo de la luna cuarto creciente se han constituido en un objetivo predilecto del movimiento misionero evangélico que tiene como base América Latina. En los últimos años, cientos de misioneros latinoamericanos se han comprometido en la tarea de llevar las buenas nuevas de Jesucristo a los pueblos del Islam, con el apoyo económico, moral y espiritual por parte de iglesias, grupos e individuos de sus respectivos países. Y la cosecha de su labor no son sólo conversos, sino todo un aprendizaje cuyas consecuencias tienen el potencial de transformar la manera de concebir la vida y misión de la Iglesia en nuestras tierras.
Para empezar, quienes trabajan en los países musulmanes no pueden dedicarse a ser “misioneros” a secas: tienen que aprender lo que significa trabajar como profesionales y a la vez testificar acerca de Jesucristo en el contexto de su vida diaria. En otras palabras, los misioneros tienen que aprender que el ejercicio mismo de una profesión es un elemento esencial integral del testimonio cristiano y que en el servicio y por medio del servicio tienen la oportunidad de mostrar el amor de Dios y compartir el Evangelio. Algunos, debido a su formación “evangélica”, todavía no se liberan de la idea de que la profesión es sólo una excusa para estar donde no podrían estar de otra manera; un “mal necesario” que les quita el tiempo que podrían dedicar a hacer lo que realmente importa: hablar de Cristo y “ganar almas”. Hace falta, por lo tanto, seguir fomentando la reflexión sobre temas tales como el lugar esencial del servicio en la vida cristiana; la relación de la evangelización con el estilo de vida; las varias dimensiones de la salvación (shalom) y la manera en que se relacionan entre sí; la conversión como obra del Espíritu; la presencia de Dios en todo lo que contribuye a mejorar la calidad de vida de la gente, especialmente de los pobres, los “don nadie” que están al margen de la sociedad; la amistad sincera, sin motivos ulteriores, como un valor humano que Dios usa (siempre) para manifestar su amor y (a veces) para hacer posible la comunicación explícita del mensaje de Cristo. Todos estos son ingredientes básicos de la misión integral.
En segundo lugar, la obra misionera en países musulmanes provee una excelente oportunidad para que los evangélicos latinoamericanos aprendamos de nuevo el ABC del testimonio cristiano como una verdadera simbiosis entre la acción del Espíritu de Dios y la acción humana. En América Latina, como en otras partes del mundo donde hay amplia libertad de cultos, nos hemos acostumbrado a una evangelización que casi no necesita de la acción del Espíritu para producir “conversiones”. Bastan las grandes (y a veces muy costosas) “campañas de evangelismo”. Basta “evangelismo explosivo”. Basta el uso de los medios de comunicación social. Todos éstos y otros medios similares de evangelización que se especializan en la comunicación oral del Evangelio están prohibidos en aquellos países. Sin embargo, si lo más esencial de la evangelización fuera la comunicación oral del evangelio, no sería necesario enviar misioneros a estos países: bastaría “bombardearlos” con mensajes por radio y televisión desde el exterior. (Esta fue una idea que se me ocurrió al constatar la proliferación de antenas parabólicas especialmente en Marruecos.) Nos negamos a seguir esa lógica porque sabemos que en el corazón mismo de nuestro mensaje está el Verbo que se hizo hombre y vivió entre nosotros; y no sólo eso, sino que tomó la forma de siervo y se humilló hasta la muerte, y muerte de cruz. El mundo musulmán nos obliga a retomar este modelo de evangelización encarnacional y “cruciforme”. En otras palabras, nos obliga a un testimonio que incluye la palabra del Evangelio, pero la incluye en el contexto del servicio abnegado que se inspira en el amor-entrega. Nos obliga a un testimonio en que el evangelista no sólo siembra la semilla de la palabra, sino que él mismo se convierte en la semilla que cae en tierra y muere. ¿Qué más muerte que la del evangélico latinoamericano que se ve forzado a abstenerse de buscar el “éxito evangelístico” y tiene que limitarse a “hacer el bien sin mirar a quién” y a dar razón de la esperanza que está en él, sin garantías de éxito en términos de cabezas que pueda contar? ¿Qué más muerte que la de quien sabe que, según el propósito de Dios, uno siembra, otro riega, otro cosecha y que, en todo caso, sólo Dios es el que hace crecer y a él le pertenece la gloria?
En tercer lugar, la obra de los misioneros en el mundo musulmán nos enseña que, según los criterios del Reino de Dios, el “éxito” no se mide en términos del número de conversiones sino en términos de fidelidad a la voluntad de Dios. La mayoría de los misioneros latinoamericanos cuenta con el sostenimiento de iglesias y amigos que no necesariamente comprenden la naturaleza del testimonio cristiano en países musulmanes y que consecuentemente esperan recibir informes espectaculares acerca de conversiones. Para complicar las cosas aún más, ese es el tipo de informe que varios de los misioneros quisieran poder mandar a sus respectivas iglesias y amigos. Como desde esa perpectiva muchas veces “no pasa nada”, se abstienen de enviar informes. Sólo unos pocos de los misioneros, por lo tanto, se sienten confiados de que sus iglesias y amigos saben bien lo que ellos están haciendo y están dispuestos a seguir apoyándolos. Lo deseable sería que todos los misioneros escribieran regularmente a sus iglesias y amigos, no para informarles sobre los éxitos sino para compartir con ellos sus experiencias, sean las que sean, para mantener el apoyo en oración —y oración informada— y para contribuir, aunque sea en pequeña escala, en la tarea de educar a la Iglesia en América Latina sobre la naturaleza y los alcances de la obra misionera no sólo en estos países sino en cualquier lugar.
Por muchos años desde las páginas de Iglesia y Misión venimos fomentando la misión integral. Otros han hecho lo mismo por otros medios. Por la gracia de Dios, la semilla está ahora dando fruto en términos de ministerios que mantienen la unidad entre la evangelización y otros aspectos del testimonio cristiano, incluyendo las relaciones interpersonales, la reflexión, el estilo de vida y el servicio. En el mundo musulmán hay misioneros latinoamericanos que están poniendo en evidencia que la misión integral no es sólo una consigna o una estrategia: es la misión de la Iglesia y constituye la única manera de difundir la buena nueva de Jesucristo con integridad, especialmente en el mundo musulmán y en otras situaciones donde hay hostilidad hacia el Evangelio. Es hora de que la teoría y práctica de la misión integral forme parte del programa de cada iglesia local y del curriculum de las instituciones dedicadas a capacitar al liderazgo de la Iglesia.
Escrito por C. René Padilla
Fuente: http://www.kairos.org.ar