Misiones Transculturales

Pasó el tiempo en que para ser misionero transcultural era requisito haber nacido en un país del Atlántico Norte y haber sido enviado a un país del Mundo de los Dos Tercios. Por un lado, hoy se reconoce que todo el mundo es campo misionero. La clasificación de países en «países cristianos» y «países paganos» no se ajusta a la realidad, puesto que el paganismo es un fenómeno de alcance mundial y el cruce de fronteras para la evangelización es tan necesario en Europa como en el Asia, en Norteamérica como en el Africa.

Por otro lado, ha habido una toma de conciencia de que toda la Iglesia es misionera: ha sido «comisionada» y enviada al mundo para anunciar, en palabras y en acción, las buenas nuevas de Jesucristo. La participación en la missio Dei es responsabilidad y privilegio de todo el pueblo de Dios tanto en el Norte como en el Sur, tanto en el Oriente como en el Occidente. Si todo el mundo es campo misionero, y si toda la Iglesia es misionera, entonces ni el desplazamiento geográfico desde un país «cristiano» hacia otro «pagano» ni la pertenencia a una iglesia (o sociedad misionera) ubicada en un país «cristiano» son requisitos indispensables para participar en la misión que Dios le ha encomendado a la Iglesia. Esto no niega, sin embargo, la dimensión geográfica de la misión de la Iglesia. Si bien el geográfico no es el único ingrediente de la misión, ni mucho menos, sigue siendo cierto que la voluntad salvífica de Dios abarca a todas las naciones (panta ta ethne, Lc 24.47; Mt 28. 19) y que en todas naciones donde la Iglesia toma forma ella está llamada a comprometerse con esa voluntad misionera.
Desde esta perspectiva, no puede menos que ser motivo de alegría el despertar de la visión misionera transcultural en las iglesias evangélicas del Mundo de los Dos Tercios en las últimas décadas. En el caso de las iglesias de América Latina, testimonios de ese despertar son, entre otras cosas, el creciente número de «misioneros» enviados por esas iglesias, las conferencias y los congresos misioneros que se llevan a cabo frecuentemente en todo el continente, los cursos de misionología que se ofrecen en algunos seminarios e institutos bíblicos latinoamericanos y la literatura que circula sobre el tema. De hecho, todo parece indicar que en el siglo 21 el personal para las misiones transculturales alrededor del mundo provendrá principalmente de países que hasta hace relativamente poco tiempo eran considerados «campo de misión» o «países paganos».
Lamentablemente, no siempre se da la debida importancia a la necesidad de que los evangélicos latinoamericanos desarrollemos un estilo de misión transcultural que se ajuste realmente a nuestra propia situación histórica y a la vez sea fiel a la Palabra de Dios. Como por inercia, reproducimos los moldes colonialistas de los países ricos en lo que atañe tanto a la relación de la misión transcultural con la iglesia local como a los criterios de selección y los modos de sostenimiento de los misioneros. Poco nos preocupamos por juzgar críticamente sus aciertos y desaciertos, para aprender de ellos.
El estilo de misión transcultural que desarrollemos tendrá que tomar en serio por lo menos los siguientes factores: En primer lugar, cada necesidad humana es un campo misionero donde puede expresarse el amor de Dios en términos concretos. El que da pan al hambriento en el nombre de Cristo está en mejores condiciones que cualquier otro para testificar acerca del Pan de vida venido del cielo. Las misiones transculturales, por lo tanto, requieren de personas equipadas para atender toda una gama de necesidades humanas y dispuestas a dar testimonio de Cristo en el contexto del servicio realizado en respuesta a esas necesidades. En otras palabras, las misiones transculturales precisan de agentes del Reino de Dios que no limitan su tarea a «salvar almas» sino se comprometen con la misión integral. ¿Es muy optimista pensar que, en vista de la recuperación de ésta por parte de un vasto sector del mundo evangélico de nuestro continente, las iglesias en América Latina en general están en condiciones de ofrecer este tipo de agentes a la misión mundial?
En segundo lugar, si toda la Iglesia es misionera, entonces la responsable tanto de la selección y la formación (incluyendo la experiencia práctica) para la misión transcultural como del envío y el apoyo económico, moral y espiritual de los misioneros es, en última instancia, la iglesia local. Tradicionalmente, el movimiento misionero moderno ha venido funcionando como si la tarea de llevar el Evangelio «hasta lo último de la tierra» fuera algo que le compete sólo a un pequeño grupo de entusiastas de las misiones transculturales, y no a toda la Iglesia. Con esa premisa, se han constituido instituciones de educación para la formación de misioneros transculturales, y sociedades misioneras para su selección y envío, y se ha reducido el papel de la iglesia local casi exclusivamente a la provisión de personal y la financiación de los proyectos misioneros. Tal acercamiento a la misión transcultural no sólo minimiza la importancia de la iglesia local en relación con las «vocaciones misioneras» sino (lo que es peor) desaprovecha los recursos y oportunidades que ésta tiene para formar misioneros transculturales en colaboración con las instituciones teológicas y las sociedades misioneras.
Todo indica que en el siglo 21 muchísimas iglesias evangélicas en las ciudades de América Latina habrán recuperado en gran medida la misión integral. Al involucrarse en ella, sus miembros tendrán oportunidad de adquirir experiencia transcultural sin necesariamente salir de su propia ciudad. Es de esperar que las instituciones teológicas y las sociedades misioneras sepan ponerse al servicio de esas iglesias para complementar su trabajo, no para desplazarlas o sustituirlas. Y, además, es de esperar que los misioneros que lleven el Evangelio a otras naciones desde América Latina sean gente que, en su propio contexto, ha aprendido lo que significa cruzar fronteras para compartir el amor de Dios tanto en palabras como en acción.

Escrito por C. René Padilla

Fuente: http://www.kairos.org.ar/