Soy la mayor de cuatro hermanos y la única mujer. El hogar en el que crecí fue un hogar pobre y no cristiano; sin embargo, durante varios años de mí niñez asistí a las Escuelas Bíblicas de Vacaciones que realizaba una iglesia cercana a nuestra casa. Mis padres en una oportunidad decidieron asistir a dicha iglesia, pero esto no duró mucho, debido al problema de alcohol que mi padre tenía. Cuando tenía doce años, nos cambiamos de casa y así terminó mi primer contacto con la iglesia evangélica.Mi padre falleció cuando yo acababa de cumplir quince años y aún no había terminado la educación secundaria. En ese tiempo, la pobreza de mi hogar se acrecentó y mi madre y yo tuvimos que unirnos para trabajar y poder sostener a mis tres hermanos pequeños. Fue entonces cuando una anciana le habló de Cristo a mi madre y ella decidió aceptarlo. Después, ella comenzó a animarnos para que asistiéramos a la iglesia con ella. Mis hermanos pequeños lo hicieron con gusto, pero yo tenía demasiado odio y cólera en mi corazón y no creía que ese asunto fuera para gente como yo; así que comencé a asistir porque mi madre decía que tenía que hacerlo, pero no porque quisiera. Cada vez que íbamos a las reuniones del campo blanco (célula) era una tortura para mí, especialmente porque siempre me hacían la invitación directa para aceptar a Jesús; así que un día decidí levantar la mano, pero sólo para que dejaran de preguntarme.
No puedo decir que sentí una transformación milagrosa, ni nada por el estilo; pero lo que sí sé, es que a pesar de mi resistencia, ese fue el momento en el que Jesús me tomó y comenzó a trabajar en mi corazón, que estaba lleno de odio y cólera contra Él y contra el mundo. Tuvieron que pasar un poco más de tres años y medio para que de verdad yo rindiera mi corazón a Jesús. Dios usó a una pareja de pastores jóvenes que llegaron a hacerse cargo del campo blanco. A través de ellos comencé a experimentar el amor de Jesús de una manera real, y comprendí que lo que Él deseaba era tener una relación íntima y personal conmigo; así que un domingo por la tarde, me arrodillé en mi casa a solas y me rendí totalmente al amor incondicional de Jesús. Ese día comencé no una senda de rosas, sino una aventura maravillosa en la que ha habido de todo: lágrimas, caídas, confesión, perdón, dolor, tristeza, humillación, risa, carcajadas, consuelo y muchas cosas más, pero en la que ha sobreabundado SU GRACIA Y SU AMOR INCONDICIONAL.
Tuve el privilegio de que el campo blanco en el que inicié mi vida cristiana, pertenecía a la única iglesia de Las Asambleas de Dios que en ese tiempo (1981-1984) enseñaba sobre la obra misionera mundial. Allí escuché las primeras historias de misioneros y también conocí a las primeras dos guatemaltecas que salieron como misioneras a Colombia. Ellas inspiraron mi vida con su visión y ejemplo. Luego tuve la dicha de que la pareja de pastores jóvenes que se hicieron cargo del campo blanco, también tenía una visión mundial; así que el discipulado que recibí fue uno en el que aprendía que la gran comisión era también mi responsabilidad. Un día, después de escuchar una historia misionera, en un momento de emoción le dije a Jesús: «Eso es lo que yo quiero ser», pero nunca me imaginé en qué lío me estaba metiendo. Qué bueno, porque si lo hubiera pensado mucho, quizás nunca lo habría dicho.
Después de este momento de emoción, me envolví en el trabajo, los estudios y la tarea de sacar adelante a mi familia; así que me olvidé de lo que había dicho, pero el Señor no se olvidó, porque aunque yo no entendía, Él estaba trabajando en mi vida. Los años que siguieron, fueron años difíciles; no sólo por mi responsabilidad familiar, sino también por la etapa de formación de mi carácter y vida cristiana que en la que Dios actuó en mí. Hubo momentos muy dolorosos, pero ahora entiendo que Él me estaba preparando para lo que venía por delante.
En el año 1989, el Señor comenzó a inquietar mi corazón para servirle en el ministerio a tiempo completo, y allí comenzó otra etapa de la aventura con Él. En febrero de 1990, Dios me bautizó con el Espíritu Santo y un año después, bajo su dirección, decidí hacerme miembro de la Iglesia Central de las Asambleas de Dios. Ese mismo año, Él comenzó un trabajo especial para que esta congregación se convirtiera en una iglesia con visión mundial. Desde ese año hasta principios de 1994, El Señor me permitió servir en diferentes ministerios en la iglesia. Esta fue la etapa que Él usó para enseñarme a conocer los dones que me ha dado, y para continuar la formación de mi carácter en diferentes áreas. Doy gracias a Dios porque aprendí, juntamente con mi iglesia, a conocer el corazón misionero de Dios.
En 1994 renuncié a mi trabajo secular y me embarqué en la aventura de servir al Señor a tiempo completo. También inicié la etapa de educación formal para el ministerio misionero. En ese año comencé a viajar a diferentes partes del país para visitar las iglesias de Las Asambleas de Dios, y compartir con ellos el corazón misionero de Dios. Además iniciamos, en mi iglesia local (Iglesia Central Asambleas de Dios), un programa de misiones domésticas, a través de expediciones de corto plazo a diferentes áreas de mí país. En 1995, estaba bien ocupada en el servicio y con el sueño de salir al campo, pero no sabía a dónde, así que un día le dije al Señor: «Tú sabes que yo deseo ser una misionera, pero no sé a dónde quieres enviarme, puedes decirme hoy?»; y aunque usted no lo crea, a pesar de que en mi oración mencioné la palabra «hoy», no espera50 ba la respuesta tan rápido; pero Él me respondió y me dijo: «CHINA ». ¡Qué locura! Así que me lo guardé por algún tiempo, pero Él no me dejó tranquila hasta que lo comencé a confesar; y fue allí cuando Él comenzó a glorificarse una vez más. Dios comenzó a abrir las puertas de una manera increíble, y cuando menos lo pensé, en marzo de 1999, estaba en un avión rumbo a China para un viaje de exploración.
Después de mi regreso del viaje de exploración, me quedé dos años en mi país para terminar la capacitación en las áreas que descubrí que necesitaba hacerlo, y para esperar por las congregaciones que decidieran ser parte del equipo para llevar las buenas nuevas a China. El 18 de junio de 2001, salí de nuevo. Esta vez para vivir en China por dos años, con el propósito de aprender el idioma. Estar en un país tan lejano, sin mi familia, mi mejor amiga, ni mi comida favorita no fue fácil, pero creo que lo más difícil fue tener que comenzar de cero en todo, especialmente viniendo de un ambiente en el que, según yo, sabía muchas cosas y me creía que era alguien. Pues malas noticias, aquí nadie sabía quién era yo. No sabía cómo hacer la mayoría de las cosas que tenía que hacer aquí y no sabía hablar el idioma, así que tenía que depender de otros, y lo que es peor, aún había muchas cosas sobre mí que no sabía. Los primeros meses fueron tremendos, pero gracias a Dios por SU GRACIA Y AMOR INCONDICIONAL, porque ellos me sacaron adelante y, sobre todo, me están enseñando paso a paso a rendirme todos los días y a ver cómo trabaja Él.
Cuando dejas tu país, tu familia, tus amigos y muchas otras cosas, muchos te admiran y te elogian (y sus intenciones son buenas), pero cuando llegas aquí, te das cuenta de que aún hay mucho que debes rendir y que aunque para muchos eres «algo especial», sencillamente eres un hijo o hija de Dios que ha decidido obedecer, y que por alguna razón, Él ha decidido continuar su trabajo en tu vida, en otra parte del mundo.
Durante los primeros dos años, la tarea de aprender el idioma trajo a mi vida una presión tremenda; no sólo porque el idioma es difícil de aprender, sino por la sensación de que no estoy haciendo nada. A eso se suma el momento en que tenía que sentarme a escribir mi carta de oración. Lo primero que venía a mi mente era la pregunta que, según yo, muchos se harían al recibirla: «¿cuántos convertidos? », y en uno de esos momentos, un día el Señor me dijo: «¿Por qué tienes pena? ¿Dependes de ellos o dependes de mí? Porque si dependes de mí, yo nunca te dejaré y siempre habrá quién escuche mi voz y me obedezca». A partir de ese momento, pude escribir con libertad y gozo.
En el 2003 se terminó la primera etapa de dos años; pero antes de regresar a mi país tuve una experiencia que impactó mi vida y me aseguró que estoy en el lugar correcto. Fue cuando una mujer joven que conocí en 1999, en una de las aldeas de China, cuando me dijo adiós, me abrazó y me dijo: «Gracias por decirme quién es Jesús, regresa pronto». Así que cuando regresé a visitarla, le llevé una Biblia y le dije: «Este libro es para que conozcas mejor a Jesús». En agosto de 2004, regresé a China para mi segunda etapa de servicio.
Esta vez el enfoque del aprendizaje del idioma no ha sido tan fuerte, ya que El Señor me ha dado la oportunidad de colaborar en un programa para alcanzar drogadictos. Ha sido una experiencia tremenda, con muchas satisfacciones, pero también con muchos desencantos, ya que no es fácil ver a muchos renunciar, porque es muy difícil vivir sin las drogas. Como equipo, hemos visto muchos milagros en hombres y mujeres que no tenían nada por qué vivir, pero que ahora tienen a Jesús y Su llamado para alcanzar a otros como ellos. En este proyecto me ha tocado hacer de todo, desde enseñar inglés, enseñar a cocinar platillos internacionales para un restaurante, cuidar a una drogadicta durante toda una noche cuando inicia su etapa de regeneración, o hacerle de payaso. Sin embargo, ha sido un gozo, porque todo redunda para que ellos no sólo oigan, sino que también experimenten el amor de Jesús en sus vidas. Así mismo, el Señor me abrió la puerta para entrenar a jóvenes que desean alcanzar a los niños chinos con las buenas nuevas. Esto ha sido un sueño hecho realidad, porque creo que si entrenamos a los nacionales, ellos pueden hacer un mejor trabajo para alcanzar a sus compatriotas.
En marzo de 2005, después de una experiencia especial, el Señor puso en mi camino a una joven para discipularla. No saben el gozo que me da ver a esta joven con tanta hambre por tener una verdadera relación personal con Jesús.
En estos momentos (julio de 2005), estoy en un tiempo de transición, ya que a finales del mes me voy a vivir a otra ciudad, más cerca del grupo étnico que Dios ha puesto en mi corazón. Otro sueño hecho realidad, pero una vez más, a comenzar de cero en muchas cosas. Allí, mi contacto será con estudiantes de nivel medio y mi esperanza es que el Señor me ayude a compartir Su amor con ellos. Además, se iniciará una etapa de exploración para trabajo comunitario en el área rural cercana. No tenemos muchos planes concretos (voy con una compañera), pero sabemos que es el lugar y es el tiempo; así que sólo tenemos que obedecer y entrar por la puerta que el Señor ha abierto, seguras de que adentro hay muchos desafíos que enfrentar, pero muchas sorpresas y mucho gozo por venir al experimentar la manera en que Él se va a glorificar.
No es fácil compartir el mensaje en un ambiente de persecución, temor, extrema vigilancia y muchas otras cosas negativas que muchas veces me frustran. Sin embargo, Dios me ha enseñado a estar quieta y esperar a ver cómo hace su obra, a pesar de y en medio de esas circunstancias, porque el pueblo chino también tiene derecho a conocer de SU GRACIA Y AMOR INCONDICIONAL.
MANUAL DE TESTIMONIOS MISIONEROS
Jesús Londoño, editor
Compilador: Jesuel Alves
2005 Primera Edición
Equipo Editorial: Mayra Urízar de Ramírez, Mireya Fayad
© COMIBAM Internacional
Departamento de Publicaciones
www.comibam.org